Baltasar
Gracián - el conceptismo y la agudeza; La estética
Baltasar Gracián (Belmonte de Calatayud, 1601-Tarazona, 1658) profesa muy joven en la
Orden de los jestuitas, y permanece en ella hasta su muerte, a pesar de haber sido acusado de
publicar "obras poco serias y muy alejadas de su profesión". Su filosofía pesimista y su escritura,
tildada
de conceptista, le valen una proyección mayor en Europa que en España. En
amigo íntimo de Hurtado de Mendoza.
Publica su primer escrito, El héroe (1637), bajo el nombre de su hermano, Lorenzo
Gracián, seudónimo con el que firmaría la mayoría de sus obras. Son de capital interés su
Agudeza y arte de ingenio (1648) y El Criticón (1651-1657), esta última firmada García de
Marlones, anagrama de su nombre. La originalidad de sus ideas le vale la reprobación de sus
superiores en la Compañía de Jesús. Gracián es un pensador estoico, profundo observador de los
hombres, rebosante de comprensión para con ellos, pero amargado.
Su
obra completa se divide en tres series: tratados cortesanos acerca
(El
Héroe, El Político, El Discreto); obras que definen la posición
la naturaleza; obras de teoría literaria y estética general.
En El Héroe, comenta las veinte virtudes primordiales que ha de tener el hombre para
merecer su nombre. Es una obra de elevada erudición, en la que es obvia la influencia de los
tratadistas
político-moralistas italianos. Define el tipo
aunque
atrevido, peculiar de la aristocracia y
estudio acerca de las cualidades que ha de lucir el cortesano. El Político pretende haber sido
inspirado en la figura del Rey don Fernando el Católico, y tiene bastantes puntos de contacto con
la
doctrina
ignaciano y a su formación teologal.
El Criticón aparece publicado en tres partes (en 1651, 1655 y 1657, respectivamente)
bajo los seudónimos de García de Marlones y Lorenzo Gracián; está dividido en 38 crisis o
capítulos, precedidos de un apólogo. Una sencilla trama alegórica sirve de marco para la
exposición de las ideas.
Andrenio es el hombre de la naturaleza que, nacido en una cueva, vive en estado salvaje
en la isla de Santa Elena, y Critilo, el náufrago, el hombre civilizado de la cultura. Andrenio le
salva la vida a Critilo y ése le enseña luego hablar a Andrenio. Los dos personajes encarnan la
razón frente a la naturaleza: Critilo es juicioso y prudente, mientras que Andrenio es un ser
ingenuo que se deja engañar por las apariencias. Al final, se impone la visión de Critilo, eso es, la
razón y la inteligencia ante lo natural e instintivo.
Andrenio y Critilo viajan juntos por diversos lugares hasta llegar a la isla de la
Inmortalidad. Con sus andanzas a través de épocas y ciudades de las más variadas, el autor
presenta su propia visión alegórica de la vida humana, dividida en cuatro edades. La "primavera
de la infancia", el "otoño de la edad varonil" y el "invierno de la vejez", que corresponden a las
tres partes escritas del libro, coincidentes con las estaciones del año.
El Criticón es la obra maestra de Gracián: una sátira de las costumbres de la sociedad de
su tiempo, en la que el autor trata con agudeza y acierto los grandes temas de la vida humana.
El Oráculo manual y arte de prudencia, que forma parte de la segunda categoría de las
obras de Gracián, es una recopilación de trescientas máximas, que contemplan orientar la
actuación del hombre en el mundo, la cual viene a completar El Criticón. Su expresión concisa y
precisa, lo mimo que la justeza y la ingeniosidad de sus formulaciones, despertaron la admiración
de La Rochefoucauld, La Bruyère y Voltaire.
Su estilo es cincelado, cuidado, fino y conciso, rico en imágenes, tropos y antítesis muy
logradas. Por su perfección, Gracián es, al lado de Góngora y Quevedo, un importante
representante del Barroco español.
La estética del buen gusto. "Gracián, señala Azorín, vive en la biblioteca, entre libros y
antigüedades, seguro, placentero". Pero es uno de los menos conocidos escritores españoles y,
apenas a mediados del s. XIX, una serie de escritores y eruditos, entre ellos Azorín, Unamuno,
Américo Castro, Alfonso Reyes, Alfred Morel-Fatio, Farinelli y Croce, contrarrestan la miopía
crítica general, rehabilitando y valorando debidamente la personalidad del jesuita.
Por la Agudeza, una de sus más interesantes obras, que versa sobre la teoría literaria y la
estética general, la creación de Baltasar Gracián es una de las páginas más originales del
pensamiento barroco español: Agudeza y arte de Ingenio es la teoría literaria y estética del
culteranismo y el conceptismo, eso es, del propio Barroco. En ella, Gracián pone ejemplos de
escritores y poetas de los s. XVI y XVII y analiza sus obras, dándole a su investigación el valor
de una exposición general de lo que son ellos para la historia del pensamiento y la literatura de
aquella época. Como buen conceptista, también en esa obra Gracián es un prosista muy agudo e
ingenioso. Su obra, llena de juegos de palabras, es densa y concisa, de acuerdo con el lema que
pone precisamente en el libro: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
Marcelino Menéndez y Pelayo califica el libro gracianesco de retórica conceptista,
tratado de preceptiva literaria y código del "intelectualismo poético". Y agrega a ello que "es obra
de difícil clasificación, que a la postre resulta una antología comentada de primores de ingenio en
que se mezclan prosa y versos cultistas o conceptistas, desde el lejano Marcial, pasando por Juan
Manuel, hasta los autores coetáneos ."
Con ello, Gracián se nos presenta como pensador estoico y fino observador. Su propio
estilo riguroso y esmerado rebosa de imágenes, de figuras de estilo y antítesis de una gran
maestría, que pocas veces se comprueban entre los moralistas españoles. Pero sobre todo es fino y
conciso. En su afán de condensar mucha doctrina en pocas palabras, todo lo sacrifica a la
concisión, según lo afirma en el lema del libro o según una fórmula que pone en otro lugar: "más
obran quintas esencias que fárragos". Por otra parte, el estilo del aragonés es enérgico, apretado y
jugoso y, aunque su trabajo exige una lectura atenta y detenida, nada en él es oscuro, laberíntico,
ni ininteligible.
Agudeza aparece en versión definitiva en Huesca (1648). Su título inicial, eso es, el de la
primera versión, de 1642, había sido Arte de ingenio. Tratado de la agudeza. Y contemplaba
explicar, como él mismo lo dijo, "todos los modos y diferencias de concetos con exemplares
escogidos de todo lo más bien dicho, assí sacro como humano".
Buena parte de los procedimientos literarios que se aprovechan en la época entran en lo
que, con esa denominación amplia, se llama justamente agudeza. De ahí que no es de extrañar la
presencia en el s. XVII de especiales obras que procuran, por un lado, analizar las agudezas, y,
por otro, ordenarlas y realzarlas. Como son, p.e., en Italia, el famoso Cannocchiale Aristotelico de
Emmanuele Tesauro y otras obras similares que destacan en lugar preponderante la agudeza.
La mayor parte de los libros de Gracián, subraya Fernando Lázaro Carterer, pertenecen al
estilo de la agudeza suelta: serie de formulaciones agudas independientes una de otra, en un
esquema de acumulación sin encadenamiento.
Esto nos sugiere que podemos aplicar al espíritu barroco lo que Borges destaca para uno
de los imaginarios lugares creados en sus ficciones: "Los metafísicos de Tlön - destaca Borges -
no buscan la verdad, ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro"
Gracián es un ingenio libresco, inspirado en las obras que lee y reelaborador de lugares
antiguos, de intenciones didácticas, es verdad, pero también de obsesiones formales. Pongamos el
ejemplo ya citado de su famosa formulación de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno", la cual
no es una abogacía por lo lacónico, como pudiera parecer, sino una por lo denso. Gracián no es
breve: dice y repite, varía la expresión, suma conceptos, propone la afirmación y su antítesis,
elabora sus reiteraciones en paralelismos, juegos mentales y verbales, elipsis, alusiones.
Un ejemplo, en este sentido, sería el enfoque gracianesco de la Odisea, a la que menciona
en el proemio del Criticón. Gracián la interpreta en sentido alegórico, como lo explica también en
la Agudeza y arte de ingenio, donde considera que la obra de Homero es una pintura viva de la
peregrinación de nuestra vida por entre Escilas y Caribdis, Circes, Cíclopes y Sirenas de los
vicios.
En fin, consideramos que, por una de sus agudezas, la que él llama "agudeza por
acomodación de lugar antiguo", Gracián puede considerarse un precursor del intertextualismo, ya
que, como literato del Barroco, es culto y conoce bien la literatura antigua y quiere además lucir
su ingenio y su erudición.
E. Correa Calderón resume en su libro dedicado a Gracián el caso de los préstamos de
Gracián, que han estudiado profundamente varios investigadores gracianistas, y proclama la
singular capacidad de ese autor para hacer suyo todo cuanto somete a su presión literaria. La
enumeración de los autores puestos por él a contribución, si no es un aleph, es de todos modos
asombrosamente borgeana, lo cual demuestra que la obra de Gracián recoge, filtra y selecciona
casi con criterios borgeanos, aunque no tiene en absoluto propósitos ni lúdicos, ni filosóficos, ni
tampoco hedónicos, con innumerables destilaciones del pensamiento ajeno.
Considerando el conceptismo como lo es, uno de los polos estilísticos del Barroco
literario español, Gracián lo entiende como "arte de ingenio", que le permite expresar la
correspondencia existente entre los objetos. Si, a principios del s. XVII, Jiménez Platón lo había
usado en defensa del estilo llano de Lope de Vega y como ataque al culteranismo gongorino, es
Agudeza que elabora sus fundamentos teóricos. La oposición entre conceptismo y culteranismo
ha sido desechada como ociosa por la erudición contemporánea y sustiduida por la idea de que el
segundo no es más que un refinamiento del primero. Por tanto, el conceptismo vendría a ser no
sólo la base del culteranismo, sino de todo el Barroco europeo.
Agudeza, tratado técnico y peculiar retórica del ingenio, que explica "todos los modos y
diferencias de conceptos, con ejemplares escogidos de todo lo más bien dicho, así sacro como
humano", es, por tanto, toda una defensa del concepto como lo más esencial en el estilo, pues ése
tiene que ser, a su juicio, "agradable por ser sin afectación, sin violencia y tan a lo natural terso,
claro y corriente, puro, igual". Desde luego, Gracián insiste reiteradas veces en que el concepto es
para el entendimiento lo que para los ojos la hermosura y para los oídos las consonancias: "Son
las voces lo que las hojas en el árbol y los concetos al fruto". Por tanto, el cultismo es lo adjetivo,
es decir, la efímera hojarasca, mientras que el concepto es lo sustantivo, eso es, el sazonado fruto.
Gracián es el prosista barroco que rinde el culto más apasionado al concepto, a la idea.
Para él, ése es un pensamiento, artificioso y complicado, pero elaborado con templanza, tejido de
la historia, las sentencias y los decires de los sabios, los apotegmas, agudezas, chistes y juegos de
palabras, como ése, por ejemplo: "como yo tengo en estos ojos un par de viejas en vez de niñas,
todo lo descubro".
El concepto encierra también los emblemas jeroglíficos, apólogos, adagios y refranes
escogidos, paradojas, enigmas y cuentos. A su juicio, son especialmente propias del estilo
conceptista las antítesis, de las que, p.e., ésta es un botón de muestra:
"Trocóse la alegría del nacer en el horror del morir, el trono de la mañana en el túmulo de
la noche; sepultóse el sol en las aguas y yo quedé anegado en otro mar de mi llanto".
En general, es en el concepto donde descuella la técnica del contraste. En la visión de
Gracián, el mundo entero está formado de oposiciones: "Todo este universo se compone de
contrarios y se concierta de desconciertos", dice, y más adelante agrega:
"No hay cosa que no tenga su contrario con quien pelee, ya con victoria, ya con
rendimiento, y todo es hacer y padecer; si hay acción, hay repasión".
La estética de la agudeza valora sobre todo el ingenio. Y ello porque en el s. XVII el
interés por la investigación estética se intensifica, mientras que palabras como ingenio, gusto,
imaginación y sentimiento amplían la gama de sus significados. El propio Gracián dice que "es la
agudeza pasto del alma" y "es la sutileza alimento del espíritu". Por otro lado, advierte José
García López, "aunque Gracián considera el "concepto" como una operación de la mente, y la
"agudeza" como su expresión verbal, por lo común utiliza indistintamente los dos términos".
La facultad que combina los extremos, establece las relaciones, crea las imágenes y las
figuras de estilo se llama en la concepción barroca italiana, ingegno, eso es, en español ingenio, y
su producto concetto (esp. concepto), acutezza (esp. agudeza). Entre talento e intelecto, ingenio
llega a ser la facultad que rige la retórica, es ingenioso y bello y, partiendo de él, los franceses
definen las palabras esprit y beaux esprits.
Uno de los más notables investigadores en la materia, Matteo Pellegrini, define en 1650
el ingenio como aquella parte del alma que, en cierto modo, practica, persigue y contempla
encontrar y construir lo bello y lo eficaz. Obra del ingenio es, en su concepción, la suma de las
ideas preciosas o las preciosidades, sobre las cuales escribió en 1639 el primer tratado especial.
Del ingenio y la preciosidad se ocupa también el ya citado Emmanuele Tesauro en su
conocidísimo Cannocchiale Aristotelico, publicado en 1654, donde desarrolla ampliamente las
preciosidades verbales y lapidarias, simbólicas o figurativas, sensibles y animadas.
Pero de todos los tratados de esa índole, el que más celebridad se granjea en toda Europa
es la Agudeza de Gracián, que se publica entre los tratados de Pellegrini y de Tesauro, y que da a
entender que el ingenio es una facultad propiamente dicho inventiva, artística, genial, y genio,
génie, genius son sinónimos de ingenio y esprit.
Por consiguiente, si el núcleo de la obra literaria lo constituye para Gracián la agudeza o
el concepto, todo estriba en lograr la feliz asociación de ideas. Gracián define así un tipo de arte
en el que lo intelectual, es decir, lo que él llama "el acierto del juicio" ha de desempeñar el papel
de primera categoría. Luego, coloca "el ingenio" como segundo elemento, ya que siempre han de
ir unidos "el acierto del juicio" y "la viveza del ingenio". Siendo, pues, esenciales, la agudeza
intelectual y el adorno literario, tampoco se puede prescindir de la "utilidad" o "el provecho". Esa
valoración de la inteligencia, del ingenio y del contenido moral en la obra de arte contrasta en
Gracián con su absoluto olvido del factor sentimental o emotivo. Pero nos conduce
ineludiblemente hacia la doctrina estética del buen gusto.
Cerrando el círculo, recordamos que en la época están en boga el (buen) gusto, o sea, la
facultad de dar un juicio en el campo de lo bello, lo que difiere, en cierto sentido del juicio
intelectual. El sentido de placer o deleite, lo tiene gusto desde antiguo en Italia y España.
Encontramos en textos españoles de la época expresiones tales como dar gusto, andar a gusto,
deleitar el gusto, para darle gusto, con las cuales se alude quizás al gusto del pueblo.
Al salir de los monasterios, los jesuitas participan de la vida de las cortes y los salones, y
perfeccionan el conocimiento del ser humano hasta hacer de él un arte. No sorprende, por tanto,
el que en el concepto del gusto las primeras contribuciones decisivas las hacen escritores
pertenecientes a la famosa Compañía de Jesús, entre ellos nuestro Baltasar Gracián.
Encontramos, por tanto, gusto, en el sentido de una facultad especial o de una actitud del
alma, según afirma en su Historia de la Estética Benedetto Croce, a mediados del s. XVII en la
obra de Gracián, al que el italiano Muratori le llama en 1708 "el ingenioso español". Ya que
Gracián concede a esa palabra el sentido de "ingeniosidad práctica", la cual sabe intuir el punto
justo de las cosas; por persona de buen gusto entiende lo que se entiende por persona con tacto
en la práctica de la vida, que según resulta de sus escritos, daba pruebas de discreción y
prudencia.
Benedetto Croce señala que el concepto de gusto, cuya paternidad se la atribuye a
Gracián, es "el más importante teorema estético que debían descubrirlo los modernos". Mas,
agrega que "sin insistir en la correlación ya aclarada entre Gracián y la teoría del gusto,
consideramos oportuno reiterar que gusto, ingenio, imaginación, sentimiento y otras del mismo
costal eran entonces más bien que conceptos nuevos, definidos científicamente, sólo palabras
nuevas que correspondían a vagas impresiones: eran a lo más problemas, no conceptos;
presentimientos de unos territorios que estaban por conquistar ."
En fin, para el estético rumano Tudor Vianu, está claro que el ingenio difiere, en cierto
sentido, del intelecto. Pero también le parece verdadero que ése arraiga en una verdad intelectual.
Porque el gusto es, para Gracián, el guía íntimo, la propia intuición que le ayuda al discreto,
persona de gusto, a conocer personas y circunstancias. Ahora bien, señalaVianu, si comparamos
las distintas tesis de Gracián, observamos que el gusto designa la facultad tanto de los
conocimientos intuitivos, como del justo jucio de los méritos y defectos de uno, pero no por la vía
discursiva de la razón, sino también por la fuerza intuitiva.
El buen gusto es condición sine qua non de los espíritus elevados, destacada también en
el Oráculo manual: "los ingenios claros - dice Gracián - son plausibles .", para agregar luego:
"No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre
poco y raro: es descrédito lo mucho", y luego insistir en la misma página: "En nada vulgar. No en
el gusto. [.] Hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos".
La estética graciana del buen gusto se vincula incuestionablemente con la meta del autor
de desarrollar sabidurías sociales y de formar un tipo de hombre ideal. Porque una de sus
obsesiones era la educación del ser humano con vistas a la persona, cada uno de sus tratados
examina diversas perfecciones, virtudes o primores, cualidades o realces.
Sobre todo en El héroe (1637) y en El discreto 1646), que ofrecen verdaderos modelos
regeneradores, aparecen formuladas las cualidades del hombre perfecto, completo en su
individualidad: un varón gigante, máximo, dechado de perfecciones, en un intento
regeneracionista explicable en un momento de crisis de los valores, en que los modelos de
conducta se desintegran.
Entre los primores, cualidades posibles para quien se esfuerce en cumplir las reglas de la
discreción, y los realces, virtudes que confieren el éxito en una sociedad distinguida, que forman
el hombre de prendas, cortesano, social, cuerdo, prudente, sensato, citamos el trato agradable, la
aspiración a la excelencia, el don de mando, el ingenio, la cultura, el despejo, la simpatía, la
buena elección de las actividades, la rapidez de juicio y, no en último lugar, el gusto.
Pues el discreto, luce su "genio e ingenio" en las dos coordenadas de su ser, y en una
extraordinaria tensión dictada por tales cualidades y actitudes, tensión peculiar del Barroco,
cuando el sereno y ponderado cortesano renacentista ya no está, habiendo dejado paso al
cauteloso héroe gracianesco.
Las traducciones de las obras de Gracián han gozado de un alto aprecio en Francia,
Inglaterra e Italia. En Alemania su obra fue conocida por Goethe y admirada por Schopenhauer,
quien encontró en sus ideas el acicate de su propio pensamiento. Es primero a través de él que
llegan a conocerle los principales estéticos rumanos. George Calinescu lo comenta también a
través del filósofo alemán: "Un misántropo calificado es Baltasar Gracián, que con sus aforismos
le enseña al cortesano como contrarrestar las inherentes desgracias del vivir entre los poderosos
del día. Su obra le entusiasmó a Schopenhauer y ello es comprensible. En términos de ése, la
filosofía de Gracián se traduciría así: la vida es una lucha en que sólo quien vence tiene la
palabra. Para el cortesano, la decisión se da, fatalmente, a favor del dueño. Al cortesano le está
reservada sólo una felicidad negativa, que consiste en disminuir y eludir el mal. Esto se obtiene
por medio de la sabiduría, por la prudencia .".
También cabe destacar que para la historia literaria rumana, Baltasar Gracián está lejos de
ser un desconocido, y que su primera obra existente en versión rumana tiene incluso un
significado aparte. Y ello porque en Iasi se hizo en 1754 la primera traducción del Criticón.
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