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El teatro en el Barroco; Tirso de Molina y su obra; La leyenda de don Juan; Otras obras de Tirso

Spaniola


El teatro en el Barroco; Tirso de Molina y su obra; La leyenda de don Juan; Otras obras de Tirso

El teatro en el Barroco. Es ése el gran siglo del teatro. Ello se debe en gran parte a tres

dramaturgos geniales: Shakespeare en Inglaterra, Molière en Francia y Lope de Vega en España,



quienes renuevan la técnica teatral y hacen del teatro de su tiempo un espectáculo auténticamente

popular. Es Lope de Vega quien, rompiendo los moldes clásicos que restan libertad al autor, crea,

como hemos visto, el modelo del teatro nacional, que pervive por lo menos hasta mediados del s.

XVIII.

Las razones del auge del teatro en el s. XVII son diversas. En una sociedad urbana escasa

de espectáculos, el teatro despierta mucho interés y llega a gozar de la protección de algunos

mecenas. A los corrales de comedias acude un público variopinto. Y por tanto, la labor del

dramaturgo responde a la creciente demanda social.

Por otra parte, en una época de decadencia como es el Barroco, el teatro cumple la

función de recoger y moldear las aspiraciones y creencias del público y, en ese sentido, tiene una

finalidad moral. Por eso, muchas obras dramáticas del Barroco parten de la ruptura del orden, de

una transgresión, para finalizar precisamente con el restablecimiento del orden.

Dos grandes figuras dominan la escena en el período Barroco: Lope de Vega y Calderón

de la Barca: los dos crean escuelas y los demás se suelen agrupar en torno a ellos.

En la Escuela de Lope, Tirso de Molina, seudónimo de Gabriel Téllez (¿1584?-Almazán,

1648), es uno de los grandes dramaturgos del s. XVII y el máximo representante de la misma. Sus

comedias, ingeniosas y bien construidas, se mantienen fieles a ése, pero le superan por la mayor

elaboración de la trama y la profundidad psicológica de sus personajes, en especial femeninos,

cuya variedad y matización es poco usual en el teatro español de la época.

Pocos datos se conocen respecto a su vida. Pero sí es un autor muy fecundo. Dejó unas

300 comedias, que se imprimieron en cinco partes en Sevilla, 1627; Madrid, 1635; Tortosa, 1634;

Madrid, 1635 y Madrid, 1636.

Como dramaturgo religioso, escribe varios autos sacramentales (El colmenero divino, No

le arriendo la ganancia, El laberinto de Creta), comedias bíblicas (La mujer que manda en casa,

sobre la historia de Acab y Jezabel; La mejor espigadera, sobre Ruth; La vida y muerte de

Herodes; La venganza de Tamar) y comedias hagiográficas (La trilogía de La Santa Juana, La

ninfa del cielo, La dama del Olivar).

Extrae de las historias y leyendas nacionales argumentos de numerosas comedias: la

trilogía de los Pizarro (Todo es dar en una cosa, Amazonas en las Indias y La lealtad contra la

envidia); la historia de Martín Peláez (El cobarde más valiente), o la de María de Molina (La

prudencia en la mujer).

Entre las comedias de carácter destacan Marta la piadosa y El

vergonzoso en el palacio. Al grupo de comedias de intriga pertenecen La villana de Vallecas,

Desde Toledo a Madrid, Por el sótano y el torno y Don Gil de las calzas verdes.

Se le atribuye, aunque no se incluye en las Partes de sus comedias, dos obras de

contenido filosófico de gran importancia: El burlador de Sevilla y convidado de piedra y El

condenado por desconfiado.

Su obra en prosa incluye una Historia de la orden de la Merced y dos obras misceláneas:

Cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar aprovechando (1635).

La leyenda de don Juan. La capacidad creadora de caracteres es uno de sus méritos más

altos de Tirso de Molina y se manifiesta sobre todo en El Burlador de Sevilla y convidado de

piedra, del que Blanca de los Ríos afirma que "en grandeza y universalidad excede a los gigantes

de Shakespeare, en interés humano y en intensidad dramática supera a Fausto y en virtud prolífica

a don Quijote". Aunque su producción es muy extensa, Tirso debe su popularidad precisamente a

la creación de don Juan, personaje de universalidad y perennidad inagotable, pues dramatiza el

destino de ese personaje que encontró en las leyendas, infundiéndole una significación general

casi mítica.

Don Juan Tenorio, hijo de noble familia sevillana, es un burlador fatuo y despiadado, que

busca a la mujer para la satisfacción egoísta de su goce, y escapa a todo:

"Sevilla a veces me llama

el Burlador, y el mayor

gusto que en mí puede haber

es burlar una mujer

y dejarla sin honor".

Don Juan engaña a varias mujeres, entre ellas a Isabela, en cuya habitación de Nápoles había

penetrado fingiéndose el duque Octavio, su prometido, y ofreciéndole matrimonio; naufraga en

las playas de Tarragona, es llevado a la cabaña de la pescadora Tisbea y la seduce, también bajo

palabra de casamiento.

Huye después a Sevilla, donde se burla de Ana de Ulloa, hija del Comendador don

Gonzalo, por haber interceptado la carta que ella le había escrito a su prometido, el marqués de la

Mota. Cuando, a los gritos de doña Ana, que advierte el engaño, su padre acude y trata de vengar

la deshonra de su hija, don Juan le mata en el duelo. Huye de nuevo, y en una boda campesina

aleja al novio con engaños y seduce a la novia, deslumbrándola con sus riquezas y una nueva

promesa de matrimonio.

Luego, regresa a Sevilla y encuentra en una iglesia la estatua funeraria del Comendador,

la escarnece y la invita a cenar en su casa. Pero, acudiendo a la extraña cita, el Comendador le

invita a su vez a otra cena, sobre su propia sepultura. Aunque receloso, Don Juan se presenta,

"porque se admire y espante / Sevilla de mi valor", y recibe la muerte de manos del Comendador,

con el consiguiente castigo eterno. Así le dice el Comendador a don Juan, poco antes de ejecutar

el castigo:

"Las maravillas de Dios

son, Don Juan, investigables,

y así quiere que tus culpas

a manos de un muerto pagues.

Don Juan acepta, pero al tender su mano a la estatua, siente que por ella le penetra un fuego que

le mata. Grita, pide confesión, pero ésa no llega y muere como un réprobo. Y el Comendador

dice:

"Ésta es justicia de Dios:

«Quien tal hace, que tal pague»".

A lo largo de toda la obra se le amenaza a don Juan con el castigo que pueden acarrearle sus

acciones, pues la intención del fraile mercedario es manifiestamente moral y ejemplarizadora. Por

eso, para la ya citada Blanca de los Ríos, el Tenorio es "el católico libertino y olvidadizo de Dios,

que remite su conversión a la vejez, o a la hora de la muerte, entregándose por entero no al amor,

al deleite de la voluptuosidad".

Ese don Juan seductor y repugnante, en el que don Gregorio Marañón ve, no obstante,

sólo a un joven inmaduro sexual y sentimentalmente, tiene unos escasos precedentes en los

donjuanes feudales o castrenses, de inferior donjuanismo y ejemplaridad. Pero la obra encierra

también un componente de índole sobrenatural y fantástico interesante: el convite macabro.

Se notan fácilmente, las diferencias entre esa obra y la de argumento similar de Zorilla,

que luce mayor fantasía romántica, pero menor fuerza poética. El drama de Tirso es superior en

grandor y perfección literaria al de Zorilla y tiene el incuestionable mérito de haber fijado la

leyenda de don Juan, dándole la forma que ha facilitado su paso a todas las literaturas.

El personaje de don Juan se ha convertido en un gran mito humano y literario, que

reflorece insistentemente a lo largo de las centurias (en hipóstasis que van de la seducción y la

agresividad amorosa masculina del conquistador irresistible al hombre audaz y disoluto, que

convierte el placer en fin de todas sus acciones, siendo recreado, además de José Zorilla, también

por otros escritores de la literatura universal, como Corneille, Molière, Zamora, Goldoni, Villiers

de l'Îsle Adam, Lord Buyron, Pushkin, Schiller, Hoffmann, Mérimée, Bernard Shaw, etc.

Por otra parte, escritores españoles como Unamuno, Pérez de Ayala y Gregorio Marañón

han contribuido con los originales puntos de vista que expresaron a la revisión humana del

personaje.

Otras obras de Tirso. Menéndez y Pelayo muestra su admiración por Tirso, llamándole

"maestro consumado de la lengua y del ritmo, originalísimo artífice de la disección, poeta

sentido de la realidad" y destaca las cualidades que descuellan sobre todo en algunas de las más

conocidas obras suyas:"su alegría franca y sincera, su buena salud intelectual, aquella intuición

suya tan cómica y al mismo tiempo tan poética del mundo, la graciosa frescura de su musa

villanesca, su picante ingenuidad, su inagotable malicia tan candorosa y optimista en el fondo".

El condenado por desconfiado, escrito probablemente antes que El Burlador, plantea

desde la orilla opuesta el mismo problema: la posición del hombre frente a Dios en el asunto de la

salvación eterna.

Paulo, su protagonista, desconfí de la misericordia divina y ofensivamente exige pruebas,

no menos temerarias, de su salvación. Después de vivir diez años como ermitaño, Paulo desea

conocer si todos sus sacrificios no serán inútiles, y ruega a Dios que le revele su destino final.

Paulo se encamina a Nápoles, pues el diablo, que ha tomado la forma de un ángel, le dice que su

suerte será la misma que la de un hombre llamado Enrico, el cual vive en aquella ciudad italiana.

Se encuentra a Enrico, que es un rufián, autor de crímenes y robos. Pensando que el destino de

aquél no puede ser sino la eterna condenación, considera inútiles sus sacrificios, deja los hábitos y

se convierte en bandolero. Pero Enrico ha conservado, en medio de sus maldades y como último

rescoldo de bondad, un gran amor a su padre, por cuyas exhortaciones se arrepiente y se salva;

mientras que Paulo, hundido en la desesperación, reniega de Dios y se condena.

Menéndez y Pelayo define la obra como el "mayor drama teológico del mundo". Son la

desconfianza en la misericordia divina y el egoísmo que provocan el castigo de Paulo. Pero, por

encima de los problemas teológicos, esa obra, drama profundamente humano y grave lección

moral, de incalculables alcances, es a la vez, en opinión de Blanca de los Ríos, "el escarmiento de

la soberbia humana". La pieza hace fusionar la doctrina teológica (el tema de la predestinación y

del libre albedrío) con una leyenda de tradición secular.

Bajo el aspecto literario, la arquitectura de la obra no es perfecta, ni se distingue por un

estilo cuidado, pero el conflicto vivido por los protagonistas es de gran potencia dramática,

aunque no acierta en el estudio de los caracteres. Enrico es de una caprichosa y desmesurada

violencia, de gran efectismo teatral, pero de escasa verdad.

El vergonzoso en el palacio es, sin duda alguna, la más famosa de las comedias de

carácter de Tirso, e induce además a pensar en el lopesco Perro del hortelano (Doña Diana tiene

muchos puntos de similitud con Madalena, lo mismo que Teodoro con Mireno).

El pastor Mireno, que es el "carácter" de la comedia, entra al servicio de doña Madalena,

hija del duque de Avero; el amor prende inmediatamente, pero a pesar de las insinuaciones de la

dama, Mireno no se atreve a declarar el suyo, porque se cree de inferior condición. Magdalena

facilita al fin el camino y, concertadas las bodas, se averigua que Mireno es hijo de un noble que,

acusado falsamente de traición, estaba encarcelado. De especial interés es la Escena IV de la

Segunda Jornada, en la que Tirso pone en boca de un personaje femenino la bella enumeración de

los deleites de la comedia.

Marta la Piadosa comparte la popularidad de la obra anterior, dramatizando la hipocresía.

Enamorada del matador de su hermano, Marta finge haber hecho voto de castidad, para evitar el

matrimonio que le propone su padre con un viejo acomodado. Luego, introduce en su casa a su

enamorado (como profesor de latín) y lleva adelante su amor hasta acabar en matrimonio.

Pero las hipocresías de doña Marta son más bien travesuras amorosas, vestidas de picante

desenfado, que auténtica doblez moral. Marta es simpática, ajena al repugnante disimulo de los

tipos de hipócritas de Molière y Moratín, con mucho más de deliciosa astucia femenina que de

vicio odioso. Tirso desliza, sin embargo, leves sátiras contra la falsa y aparente religiosidad.

Profundamente influido por Lope de Vega, Tirso de la Molina no tiene la misma fantasía

vigorosa, pero sí mayor maestría en urdir los conflictos y cincelar sus versos. Esboza sus

personajes, sobre todo femeninos, y enlaza con gran habilidad los elementos dramáticos y

cómicos en el desarrollo de sus obras teatrales.


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