FIN
Ahora ella empieza a hablar; saluda con su habitual parsimonia y disemina por la estancia esa voz dulce que conmina a la meditación o al agradecimiento... En la noche el rumor de sus palabras se confunde con el apagado vaivén de los últimos autobuses y huye tras ellos, buenas noches con ustedes Celia Martín en esta tercera edición, y aunque él apenas atiende a lo que está diciendo no aparta nunca la vista de la pantalla, no aparta los ojos de su melena la 535v218f cia que fluye interminable como su amor insólito. Con los acontecimientos trágicos del día esa cabellera inconfundible se agitará en un instante de desasosiego mientras ella ladea un poco la cabeza hacia la izquierda, y en la despedida su apacible sonrisa se apreciará mejor porque entonces alza invariablemente la barbilla en un gesto de travieso desafío, felices sueños y hasta mañana a la misma hora. Y mañana él se levantará temprano y pondrá en marcha el motor para recorrer durante seis u ocho horas las mismas avenidas que lleva recorriendo dieciocho años y que ya se sabe de memoria. Mañana llegará a casa de mal humor y se dejará caer en el sillòn; repasará involuntariamente, como siempre, la colección de variopintos personajes que han ido ocupando sucesivamente el asiento de atrás; las tres o cuatro señoras emperifolladas y con aires de aristocracia decadente, el ama de casa inexperta cuyos hijos tenían fiebre y permanecían sumidos en un silencio indestructible, los ejecutivos de mirar distante y maletín de cuero negro...
Pero ahora duerme junto a una mujer que conoció hace veintitantos años y que apenas le deja sitio en la cama; ha tenido que despertarla y ella ha mascullado una protesta sin abrir los ojos del todo y luego le ha dado la espalda para retornar de inmediato al sueño. Y él ha permanecido en vela durante una o dos horas esperando inútilmente una alteración o un resuello especial en la respiración apática de esta mujer y escudriñando a veces con una paciencia infantil y asustadiza el juego efímero de las luces de los automóviles en el techo y en las hojas del calendario...
Se despierta pronto y se da cuenta inmediatamente de que su mujer se le ha adelantado, se ha ido y a él apenas le importa porque está acostumbrado a desayunar solo cada sábado. Pero hoy desayuna con desacostumbrada serenidad y con la mirada perdida en algún punto insignificante de la cocina, está tratando de regresar al sueño interrumpido para continuar su aproximación a lo labios de ella justo en ese momento apacible en que la luna llena había iluminado sus ojos claros y él apagaba el pilotito verde y colocaba distraídamente el cartel de ocupado. Pero no es posible porque todo se desvanece y pierde verosimilitud cuando intenta apoyarse en su imaginación, demasiado burda e indecisa.
Hoy, para colmo, ella será sustituida por un compañero de rostro abotargado y profunda voz acuática...
Ahora se viste y descubre que no ha elegido el horrendo estampado de su pijama y que hay una bombilla fundida en la lámpara del dormitorio conyugal. Ha bajado a la calle sólo para echar un vistazo a las primeras páginas de los periódicos y luego pasar de largo atrapando instintivamente, de reojo, la mueca leve de disgusto en la mandíbula del dueño del kiosko, pero luego ha decidido seguir, caminar hasta el supermercado y comprar un par de bombillas o tal vez un nuevo pijama. Y es allí, en la sección de bricolage, donde se le ha ocurrido la feliz idea de llevarse un vídeo. Un ejemplar barato y pequeñito, sin pretensiones. En seguida se ha dirigido a la sección de electrodomésticos y ahora está siendo informado acerca de las prestaciones de un modelo modesto por un amable caballero embutido en un uniforme azul marino, y a cada palabra suya él responde con una sonrisa tierna de alivio porque está a punto de poner fin a muchos días vacíos y deslucidos en que no podía verla, ve usted, aquí, donde está el punto rojo hay que darle para grabar el canal sintonizado, también puede hacerlo desde el mando a distancia, de todas formas si tiene algún otro problema o no entiende algo tráigalo para acá que nosotros se lo solucionamos, o llámenos, pero sobre todo no se le ocurra abrirlo.
Se ha olvidado del pijama y de las bombillas y se ha dirigido zanqueando a una de las cajas para pagar con la tarjeta de crédito. Y acaba de entregar a la cajera su carné de identidad cuando levanta la vista y la ve, la ha visto, es su amor de la televisión, es ella que desaparece un instante detrás de un hombre gordo y orejudo y reaparece fugazmente justo en el momento en que ya sale del supermercado.
La cajera ha tardado siglos en comprobar que los nombres coinciden y aún se demora más en teclear algo en un aparato grasiento que luego le ofrece con gesto displicente. Y ahora se percata de que ha olvidado el número, cuatro cifras sólo, además el tres se repetía, ¿o no era el tres? Pero ahora no logra recordar algo tan zafio y tan inútil... Devuelve precipitadamente aquel objeto nefasto a la cajera y corre hacia la salida; llega justo en el momento en que ella maniobra con el coche para dejar el aparcamiento. Y en un minuto ya no está, alcanza la avenida y se ha perdido.
Anochece sobre la ciudad, anochece deprisa y nadie parece darse cuenta de que se acaba este día y de que su amor de la televisión se le ha escapado esta mañana de entre las manos. Sin embargo, no ha desechado todavía la posibilidad de tropezarse con ella de nuevo y por eso lleva seis horas y media en pos de un rastro imposible, recorriendo una y mil veces las cercanías del supermercado y soportando una furia de sangre que le martillea las sienes al girar en cada esquina.
A las once y media reconoce a lo lejos su melena lacia, y por eso está acelerando su paso, para alcanzarla y poder hablarle, sólo para felicitarla por su trabajo, sólo para conseguir su dirección o su teléfono e iniciar así las sutiles artimañas de la seducción. Apenas cien metros les separan cuando, súbitamente, una multitud que berrea y gesticula desordenadamente se arracima en torno a un paso de cebra y él está sudando y sufriendo porque la ha perdido de vista otra vez y le resulta difícil acercarse más. Hombres y mujeres de rostros compungidos se retiran lentamente y han ido cediendo a sus empujones mientras él se abría paso con dificultad y finalmente ha llegado allí y la ha visto.
Sangre, y su melena negra inmóvil y dispersa, y una confusión de sirenas y luces que se aproxima y ya está aquí.
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