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Góngora y su obra; La Escuela de Góngora y la lírica andaluza

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Góngora y su obra; La Escuela de Góngora y la lírica andaluza

El s. XVII supone en la poesía la ruptura del equilibrio y la armonía renacentistas

Precisamente, la transformación poética del Barroco tiene lugar a través de las dos corrientes



literarias distintas, ya aludidas: el conceptismo y el culteranismo.

El culteranismo mantiene, en general, la métrica inaugurada por Garcilaso, pero los

recursos poéticos se intensifican. Resulta, por tanto, una poesía artificiosa y difícil, pero

fundamentalmente lírica.

A los temas del Renacimiento se añaden otros, producto de la visión pesimista propia de

la época: el tiempo, para mostrar su poder aniquilador y su constante transcurrir (es el origen de

las metáforas y símbolos como la calavera, las ruinas, etc.) y el desengaño ante la brevedad e

inconsistencia de la vida humana. Esos temas hacen que en numerosas ocasiones la poesía

adquiera un carácter filosófico y moral.

Esa corriente persigue, ante todo, la belleza formal de la obra poética, a la que intenta

alejar de la realidad cotidiana. Utiliza para ello, entre muchos, los siguientes recursos:

1. palabras con gran poder de connotación, con múltiples referencias coloristas y

sensoriales o que se distinguen por su sonoridad (con esas úl 848i84i timas se aumenta la musicalidad de

los versos);

2. numerosos cultismos (de ahí el nombre de la corriente), latinismos léxicos y

sintácticos, neologismos, etc.;

3. muchos adjetivos, entre los que se utilizan sobre todo los epítetos;

4. frecuentes y, a veces, violentos hipérbatos que rompen el orden lógico de la sintaxis

castellana;

5. extensos períodos sintácticos;

6. alusiones a la mitología;

7. abundancia de metáforas que, en ocasiones, sólo presentan la imagen y no el término

real al que se refieren, y de sinestesias.

8. uso repetido de hipérboles y perífrasis, que evitan nombrar directamente a las personas

o las cosas reales.

El máximo representante del culteranismo es Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 1561-

1627), hijo de Francisco de Argote y de Leonor de Góngora. Estudia en la Universidad de

Salamanca. Luego es nombrado racionero de la catedral de Córdoba. En 1603, se encuentra en

Valladolid, donde se había trasladado la Corte; en esa época, se inician su amistad con Pedro de

Espinosa y su enemistad con Quevedo. Además de Quevedo, es el enemigo declarado de Lope de

Vega. Sus amigos y fieles admiradores son Villamediana, Paravicino y Pedro de Valencia.

Hace la carrera eclesiástica y ejerce como capellán del rey Felipe III. En 1617, al final de

su vida, enfermo, decide instalarse en Madrid, pero las penurias económicas que allí sufre le

obligan, en 1626, a regresar a su ciudad natal, donde muere en 1627.

Deja dos obras de teatro: Las firmezas de Isabela (1613) y El doctor Carlino; pero son sus

poesías lo más importante de su producción, comenzada hacia 1580 con obras breves: romances,

letrillas y sonetos, entre los que destaca el Soneto a Córdoba (1685). Sus obras fundamentales son

la Fábula de Polifemo y Galatea y Las soledades, ambos poemas compuestos entre 1612 y 1613,

donde muestra toda la potencia expresiva del culteranismo.

Un poco olvidado en los siglos posteriores, su obra es justamente rehabilitada, tras un

largo eclipse de dos centurias, en el tercer centenario de su muerte, cuando poetas de la

Generación del '27, sobre todo Dámaso Alonso, Federico García Lorca y Rafael Alberti, expresan

su admiración, se declaran seguidores del gran poeta cordobés y despliegan una intensa labor de

redescubrimiento de su vida y obra.

Una poesía de contrastes: luz y tinieblas. La poesía de Góngora ofrece grandes contrastes:

junto a poemas ágiles y sencillos, en los que el autor sigue la vena popular, hay otros, cultos y de

lectura difícil. Dámaso Alonso, gran estudioso del poeta cordobés, le llama "ángel de luz" por los

populares y "ángel de tinieblas" por los cultos.

Entre los poemas populares de Góngora destacan los romances y las letrillas, en los que

recrea canciones tradicionales, sin perder su sabor popular. Los romances de Góngora, de gran

brillantez y perfección, son una importante aportación al Romancero del s. XVII. Los temas son

variados: moriscos, de cautivos, caballerescos, mitológicos, etc., tratados unas veces en tono serio

y otras en forma burlesca. Las letrillas son composiciones escritas en versos de arte menor, llenas

de gracia y vivacidad. Unas tratan temas amorosos o religiosos, de una gran delicadeza; otras,

referidas a asuntos cotidianos, tienen carácter burlesco. Así comienza una conocida letrilla

satírica de Góngora:

"Ándeme yo caliente

y ríase la gente.

Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías,

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno;

y las mañanas de invierno

naranjada y aguardiente,

y ríase la gente".

Los sonetos tratan, en una primera época, temas amorosos, en la línea de los

renacentistas, pero adquieren después caracteres barrocos: aparecen entonces el tema del

desengaño y la sátira social. Entre los poemas cultos de Góngora, en los que el poeta hace gala de

los recursos del culteranismo, figuran sus sonetos, la Fábula de Polifemo y Galatea y las

Soledades.

La Fábula de Polifemo y Galatea es un extenso poema escrito en octavas reales sobre un

tema mitológico: el gigante Polifemo se enamora de la ninfa Galatea, pero ésa ama al pastor Acis.

Despechado, Polifemo arroja un gran peñasco sobre su rival y le da muerte, pero los dioses,

compadecidos por el dolor de Galatea, convierten a su amado en río.

Las Soledades, largo poema de más de dos mil versos, escrito en silvas, son un canto a la

naturaleza. Un sencillo argumento (un náufrago que, al llegar a tierra, es acogido por unos

cabreros y pescadores) sirve de pretexto al autor para plasmar un mundo lleno de belleza y unos

seres que viven en armonía con la naturaleza.

Un estilo poético propio: el gongorismo. El personalísimo estilo de Góngora da nombre a

una tendencia literaria: el gongorismo. Góngora se sirve de toda clase de recursos con el fin de

transformar y embellecer la realidad. Su poesía es muy elaborada y abundan en ella los cultismos,

las metáforas, las imágenes coloristas y el hipérbaton. Característicos también de Góngora son el

colorismo que imprime a sus versos, y, sobre todo, la pureza y perfección de sus colores, que no

son simplemente amarillo, rojo, azul, sino oro, púrpura, zafiro, como podemos comprobar en

estos versos:

"Purpúreas rosas sobre Galatea

al alba entre lirios cándidos deshoja".

La Escuela de Góngora y la lírica andaluza. Es obvio que un poeta famoso y valioso

como Góngora influyó poderosamente en la evolución de la poesía del su siglo, el XVII. Su

ejemplo lo siguieron varios poetas adeptos de sus concepciones estéticas, conquistados por sus

procedimientos poéticos, en cuya obra se comprueba fácilmente la huella de Góngora.

Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana (Lisboa, 1582-Madrid, 1622) es hijo de

cortesanos y crece en el ambiente del palacio real.

Se le suponen sátiras políticas o amores con doña Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV,

a la que la salva, llevándola en brazos, del incendio del teatro de Aranjuez, con motivo de la

representación de su obra, Gloria de Niquea. Frecuenta las tertulias literarias madrileñas, conoce

y trata a Lope, a los Argensola, a Mira de Amescua y a Góngora; ése último prologa su Niquea e

influye en sus poemas largos: Fábula de Faetón, Fábula de Apolo y Dafne y Fábula de Venus y

Adonis.

Le brinda a Góngora una sincera amistad literaria y una profunda devoción personal, sin

que el influjo del maestro cordobés afecte su originalidad y distinción. Ofrece en su obra una

equilibrada síntesis entre los dos estilos dominantes de su época: el de Góngora y el de Quevedo.

De su obra, recogida póstumamente en una edición realizada en Zaragoza (1629), son

particularmente notables sus más de 200 sonetos. Unos de ellos, de forma perfecta, son de los

mejores en la lírica española. Es emotivo, delicado y fresco en su lírica, pero agudo y tajante, y

luce una ironía mordaz en sus sátiras.

Pedro de Valencia (Zafra, 1555-Madrid, 1620) es cronista oficial del reino con Felipe III.

Estudia en el colegio jesuita de Ocaña y en las universidades de Alcalá y Salamanca, donde se

forma como humanista con F. Sánchez de las Brozas y B. Arias Montano, y vive en Madrid. Su

Academia, sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus, escrita en latín y publicada en

Amberes en 1594, le da fama.

A él acude Luis de Góngora en busca de consejo sobre sus obras Las soledades y El

Polifemo. Valencia le responde publicando la Censura de Las soledades y El Polifemo y obras de

Don Luis de Góngora hecha a su instancia, en la que le propone al poeta una poesía más sencilla.

Fue el autor de Discurso de la tasa de pan, Discurso contra la ociosidad (1608) y Discurso sobre

brujas y cosas tocantes a magia (1610).

Sus sermones quedan recopilados en los seis tomos de las Oraciones Evangélicas o

discursos panegíricos y morales, en que ostenta su gusto por la alegoría y su pasión por las

metáforas brillantes. Firma con el nombre de Félix de Arteaga sus poemas religiosos, entre ellos

cuatro sonetos importantes dedicados a El Greco, autor de un sugestivo retrato suyo. Escribe la

comedia titulada Gridonia o Cielo de amor vengado.

Pedro Soto de Rojas (Granada, 1584-1658) cursa estudios de teología en Granada, donde

se da a conocer con su Discurso sobre la poética (1612). Desde 1616, es canónigo de la iglesia de

San Salvador de Granada. En Madrid, es amigo de Lope de Vega, quien le aprecia, de Vélez de

Guevara y otros. Su obra poética le sitúa entre los más brillantes seguidores de Góngora

(Desengaño de amores en rimas, 1625; Los rayos de Faetón, 1639; Paraíso cerrado para muchos,

jardines abiertos para pocos, con los fragmentos del Adonis, 1652).

Su gongorismo, "complicado", según Lope, se revela en el poema Faetón, más bien que

en el ciclo de Rimas y en Adonis, poema escrito al estilo italiano, y sobre todo en el Paraíso. Las

siete esferas de ese paraíso reflejan el jardín de su villa del granadino barrio de Albaicín, siendo

un rico y complicado arabesco lírico. Difiere de Góngora por sus versos rebosantes de

sensualidad y olores.

Salvador Jacinto Polo de Medina (Murcia, 1603-Alcantarilla, 1676) es un notable

predicador y rector del Colegio de San Fulgencio, poeta culterano, autor de la colección de

poemas propios y ajenos Academias de jardín (1630), Ocios de la soledad (1633) y Fábula

burlesca de Apolo y Dafne (1634). También escribe la novela alegórica Hospital de incurables

(1636) y unas fábulas burlescas muy gustadas en su tiempo, entre ellas Pan y Siringa.

Una de sus principales obras es Gobierno moral o Lelio, que elogia la prudencia como

principal virtud, y ensalza la mesura en versos suntuosos, en los que se nos muestra poeta y

moralista a la vez. En El viaje, donde aparece el motivo del sueño, se comprueba el incontestable

influjo de Quevedo, pero sin la fuerza y el encanto de aquél.

La más legible de sus obras es Las Academias del jardín, que sigue el modelo ofrecido

por Tirso de Molina en Los Cigarrales: reúne versos propios y una selección de sus poetas

preferidos, lo mismo que consideraciones críticas sobre la literatura, defendiendo de modo

ponderado la poética de Góngora.

Juan de Jáuregui y Hurtado de la Sal (Sevilla, 1583-Madrid, 1641) es también pintor.

Defiende a Cervantes y a Lope de Vega, y ataca a Quevedo y a Góngora, contra quien escribe

Antídoto contra las Soledades y El discurso poético (1623). Como poeta, escribe estrofas con

versos llenos de maestría, ricas en metáforas, suntuosas, que mestizan música e imágenes.

Sus obras cubren dos etapas: una de tipo italienizante (Rimas, 1618) y otra, la más

importante y cercana al culteranismo (Orfeo, 1624, influida por Góngora, y Apología de la

verdad, 1625). En en presente, su personalidad como pintor resulta borrosa; pero se le atribuye un

retrato (de una gran belleza) de Cervantes.

Francisco Rioja (Sevilla, 1600-Madrid, 1659) es bibliotecario del infante Fernando de

Austria (al que le dedica su tomo Lira de las Musas) y protegido del Conde-duque de Olivares,

quien le nombra también bibiotecario suyo. Acusado de haber escrito ciertas sátiras, cae en

desgracia y es desterrado a su ciudad natal (1654). Vuelve a Sevilla sólo después de muerto

Olivares. Durante mucho tiempo se le han atribuido por error la Canción a las ruinas de Itálica y

la Epístola moral a Fabio.

Su obra poética, la cual evidencia la influencia de Herrera (sobre el cual escribe un

estudio) y de Góngora (al que le admira por la gracia de sus ornamentos y la claridad de sus

conceptos), incluye voluptuosos sonetos, sextinas y silvas de versos musicales y esculturales. Va

buscando con placer sensual el nombre de los colores, gustando de la riqueza de los olores y

perfumes, descubriendo excepcionales armonías decorativas en versos de una clara sonoridad, y

entrelazando con feliz gracia sus palabras. Por ello, Quintana le considera superior al propio

Herrera. Destaca por el modo en que describe las flores en silvas como Al Clavel, A la rosa

amarilla, Al Jazmín, A los árboles, y a otra:

"pura, encendida rosa,

émula de la llama

que sale con el día".

En sus Rimas, retrata a Fernando, ensalzando su inclinación al mecenazgo. Lope le considera un

buen poeta, Moratín uno sin importancia. Entre sus mejores poemas se cuentan El retrato

panegírico del Infante don Carlos, Fernando y Epístola a Filis. Sus escritos políticos nos revelan

un buen prosista.

Pedro de Espinosa (Antequera, 1578-Sanlúcar de Barrameda, 1650) se retira de la vida

religiosa en 1605 y comienza a firmar sus escritos como Pedro de Jesús. La desilusión

sentimental y los sufrimientos que le provoca el matrimonio con otro, de su amada, la poetisa

Cristobalina Fernández de Alarcón, le determinan a retirarse al convento de la Magdalena de su

ciudad natal y hasta a tomar los hábitos de sacerdote en Málaga.

En prosa, escribe numerosas obras, entre ellas Espejo de cristal, que recoge curiosas

consideraciones acerca del arte de morir cristianamente, un panegírico de la ciudad de Antequera

y otro del duque de Medina-Sidonia.

Ese autor de Flores de poetas ilustres (1605), una de las mejores antologías de la época, y

de la novela El perro y la calentura (1625), es un poeta ingenioso, pero fácil, aunque sus

descripciones rebosan de colores. Empieza a escribir bajo el influjo de Lope de Vega, pero sus

últimos poemas son incuestionablemente gongorinos. Su mejor obra es Fábula del Genil, alegoría

fluvia que le encantó al romántico Martínez de la Rosa.


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