LA INVASIÓN MUSULMANA. LA ESPAÑA ÁRABE. LA RECONQUISTA
La invasión musulmana
A comienzos del siglo VIII, en el año 711, los musulmanes encabezados por el bereber Tarik desembarcaron en las costas del sur, en Algeciras, y empezaron a invadir la Península. Las tribus de Arabia, en el norte de África, unificadas en el siglo anterior por Mahoma, el profeta que dio origen a la religión islámica, dejaron de ser nómadas y llegaron a formar el pueblo civilizado más poderoso del mundo de la época. El dominio árabe se extendió hasta Europa, llevando el símbolo islámico, la Media Luna, que fue en la Edad Media el más temido rival de la Cruz de la cristianidad.
Los árabes entraron en España con el pretexto de intervenir en las guerras entre los visigodos, puesto que sus sucesiones al trono eran casi siempre sangrientas, pero historia y leyenda entremezclan sus raíces. Las viejas crónicas relatan la leyenda de don Rodrigo, el último rey visigodo, enamorado perdidamente de la bella Florinda la Cava. Aquellos amores ilícitos provocaron la ira del conde Julián, padre de la doncella, gobernador de Ceuta en el Estrecho de Gibraltar, que juró vengar su honor y entregó a los moros las llaves de las puertas de España.
En siete años, los árabes conquistaron casi toda la península, a excepción de unas pequeñas zonas montañosas de la región cantábrica y pirenaica. Sin embargo, la rápida invasión no significó que la arabización fuera igualmente fuerte en todo el territorio. En el sur, en el este y en el centro, este proceso fue más intenso, mientras que en el no 414e48e rte resultó más débil.
Los árabes permanecieron en España casi ocho siglos, alternando períodos en que guerreaban con los hispanos con otros en que convivieron pacíficamente con la población conquistada. Estos largos siglos de vida en común tuvieron fundamental importancia para la historia de la península, ejerciendo una profunda influencia en el carácter nacional español, en la cultura, principalmente en artes plásticas y en literatura, en la economía y en numerosas manifestaciones del saber humano.
La España árabe - Al-Andalus
Al-Andalus, la España musulmana, no fue al principio independiente, sino una provincia que pertenecía al Califato oriental. Los nuevos dominadores fijaron su centro político en Córdoba, sede del emir que gobernaba bajo la jurisdicción del califa. En 756, el Califato de Córdoba fue proclamado soberano e independiente, y a partir de esta fecha hasta 961, bajo los califas cordobeses Abderramán II y Abderramán III, Al-Andalus conoció un período de máxima prosperidad e intenso florecimiento cultural y espiritual, Córdoba conviertiéndose en la capital de la cultura europea, con sus famosas bibliotecas, sus palacios suntuosos, sus magníficas mezquitas (la mezquita es el edificio capital de la arquitectura árabe dedicado al culto religioso). Después de esta época de esplendor y grandeza, el Califato es abolido a principios del siglo IX y la España árabe desaparece como unidad política dividiéndose entre las principales ciudades, en pequeños reinos desunidos llamados taifas. A pesar de sus debilidades, los reinos de taifa alcanzaron verdaderas cimas en su desarrollo cultural, especialmente en literatura, artes y ciencias, hasta la caída de Granada, el último reino árabe de España, en 1492. La aportación de la civilización y cultura árabes es altamente significativa y se manifestó en todos los campos de la vida española: la organización administrativa y jurídica, la economía, las artes y ciencias. Este insigne florecimiento cultural reposaba sobre una sólida base de prosperidad económica y comercial. En la agricultura, introdujeron nuevos cultivos (algodón, caña de azúcar, azafrán) y nuevas prácticas hortícolas, y mejoraron y ampliaron el sistema de canalizaciones de aguas de riego, obra de los romanos. Fomentaron también la ganadería, la minería, crearon o desarrollaron nuevas industrias: de tejidos de lana y seda, vidrio, cuero estampado (es célebre el fabricado en Córdoba), la cerámica, la orfebrería etc. Importantes descubrimientos y adelantos en varias ramas del saber - filosofía, historia, astronomía, literatura, matemáticas, medicina, botánica etc. - se deben igualmente a los árabes, que transmitieron a España y al mundo occidental la rica filosofía y cultura de la antigüedad griega, iniciando el renacimiento de la civilización clásica, oscurecida después de la destrucción del Imperio Romano. Córdoba, el gran centro cultural ya citado, donde se fundían el clasicismo y el orientalismo, así como Granada, destacaban también en la opulencia, el lujo y la belleza de sus construcciones, en el refinamiento de sus elementos de decoración. Ejemplos notables son: la gran Mezquita de Córdoba, construida entre los siglos VIII y X, los palacios de Medina Azahara (Córdoba) y la célebre Alhambra (Granada), que presentaremos más adelante en el capítulo dedicado al arte hispanomusulmán.
En literatura, de la simbiosis cultural entre el mundo oriental y occidental surgieron las formas literarias llamadas moaxajas, composiciones que unían cancioncillas en la lengua romance, llamadas jarchas, a la poesía en árabe clásico.
En conclusión, la España árabe, llena de vida y originalidad, se caracteriza por su riqueza material y espiritual, por una intensa y espléndida actividad creadora, que prepara las grandes realizaciones de la España futura.
Cabe señalar además que numerosos logros económicos, comerciales, científicos, espirituales y artísticos se transmitieron mediante la España mora a la Europa cristiana, en cultura por ejemplo filtrándose hacia la filosofía escolástica, hacia el arte románico, hacia la poesía lírica de los trovadores.
La Reconquista y su dinámica. El origen de las nacionalidades hispánicas
En 718, a tan sólo siete años desde el comienzo de la invasión árabe, se inicia la Reconquista, la guerra de los cristianos hispanos contra los invasores. La Reconquista, cuya trayectoria se confunde con la propia formación de España y del pueblo español, es indudablemente el fenómeno histórico más relevante de la Edad Media en la Península Ibérica. Grupos minoritarios de cristianos de una pequeña zona montañosa del norte de Asturias que nunca ha sido conquistada (ni por romanos, ni por visigodos, ni por musulmanes), dirigidos por el legendario rey Pelayo, ganaron en Covadonga la primera batalla contra los árabes (7l8). La larga guerra de Reconquista, que duró casi ocho siglos, conoció muchos altibajos, períodos de dinamismo y notables avances alternando con otros de intensa convivencia pacífica entre moros y cristianos. Una primera etapa en esta dinámica variable le corresponde al grupo asturiano que, asumiendo la sucesión de la monarquía visigoda, forjó el ideal de la Reconquista - el de recuperar las tierras cristianas ocupadas - y se consolidó a principios del siglo IX, estableciendo su capital en Oviedo.
A medida que los reyes cristianos iban reconquistando terreno, la península se dividió en reinos independientes - Asturias, Aragón, Galicia, Navarra, León y Castilla - de cuya diversidad y carácter propio surge la relativa falta de unidad de las provincias de España. En el siglo X los asturianos llegaron hasta el valle del Duero y constituyeron el reino asturoleonés, con la capital a León. En 961, Castilla se separó de este reino y vino afirmándose con cada vez más fuerza en el liderazgo de la guerra. Es la época gloriosa de Rodrigo Díaz de Bivar, el Cid Campeador, héroe nacional de la Reconquista, que en 1094 conquista Valencia.
Cataluña se sigularizó siguiendo un rumbo histórico aparte. Nació de la llamada "Marca Hispánica", territorio del nordeste peninsular sometido a los francos desde principios del siglo IX y creado por éstos, dirigidos por su rey Carlos Magno, para que los apoyaran en su lucha contra los musulmanes. Cataluña se organizó por consiguiente según el modelo feudal europeo e integró el reino de los Condes de Barcelona, totalmente independiente de Castilla, teniendo un concepto de gobierno distinto del de los reyes castellanos. Su gobierno, la Generalitat, mantiene sus propias características en la actualidad. Entre el siglo XII - en el que Aragón se une a Cataluña, formando el reino llamado "La Corona de Aragón" - y el siglo XV, este nuevo reino se convierte en un vasto imperio mercantil que es la primera potencia del Mediterráneo. El dominio catalán comprendía un territorio muy extenso: una tercera parte de la Península Ibérica, las Islas Baleares, el reino de Nápoles, Córcega, Cerdeña y Sicilia y hasta una región de Grecia. Sobre la base de estos orígenes históricos que la singularizan, Cataluña ha luchado por su autodeterminación a lo largo de su devenir; sin embargo, iba a unir su destino al de los otros pueblos peninsulares. A principios del siglo XI nace Portugal, de la donación territorial que Alfonso VI de Castilla hace a su yerno. En estrecha relación con Portugal estuvo la región de Galicia, que tuvo su desarrollo histórico diferente de otras regiones peninsulares. Un papel significativo en ello desempeñó el factor religioso. La principal ciudad gallega, Santiago de Compostela, llegó a ser uno de los más importantes lugares de la cristianidad en el mundo, desde que se descubrieron allí las reliquias del apóstol Santiago. En 1070 comienza la construcción de la famosa catedral de Santiago, una de las más bellas de España, tan rica en catedrales maravillosas, dedicada a la veneración del santo apóstol y por lo tanto centro de peregrinación de los cristianos de toda Europa, que venían desde el sur de Francia hasta Santiago por el célebre "camino francés", punto de irradiación del europeismo por la Península Ibérica.
El fundamento de la unidad política de España se logró con el casamiento, en l469, de Fernando, príncipe heredero de la Corona de Aragón, con la infanta Isabel de Castilla. Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, unieron sus destinos y sus reinos, los más poderosos en la última etapa de la Reconquista, que se termina en l492 con la caída de Granada, el último reducto del Islam en la península. Así se realiza la difícil unidad de los reinos peninsulares, empresa crucial de los Reyes Católicos, el territorio hispánico quedando casi en totalidad bajo su soberanía. Por razones políticas, Portugal no se unió y en consecuencia en la Península Ibérica hay dos estados: España y Portugal.
En el proceso de formación del pueblo español, de significativa importancia resultaron - en la larga historia de casi ocho siglos de dominación árabe y de Reconquista - las relaciones de tolerancia establecidas entre los tres grupos étnicos: cristianos, moros y judíos. En efecto, tanto la invasión como la Reconquista conocieron, como hemos mostrado ya, no sólo períodos de guerra, sino también de tregua e incluso de convivencia pacífica. Cristianos, moros y judíos vivieron y colaboraron juntos, por encima de sus diferencias religiosas y culturales, creando una simbiosis étnica y cultural de fuerte originalidad. Por ello, no se puede entender ni valorar justamente la formación histórica del pueblo español y de sus rasgos nacionales sin tomar en cuenta esta triple contribución. Especialmente en los últimos tiempos de la Reconquista los árabes llegaron a considerar que España no era un territorio invadido, sino su propio país, por el cual sentían devoción y afecto. A su vez, los cristianos reconocían con frecuencia la superioridad económica, técnica y cultural de los moros. Tras algunas generaciones de matrimonios mixtos - los invasores llegaron a la península sin mujeres - en todo el territorio se constituyeron grupos muy heterogéneos étnicamente, de los que se destacan, por su importancia, los siguientes tres: los mozárabes, cristianos que vivían en tierras ocupadas por los musulmanes, y que representaban por su bilingüismo un factor dinámico de difusión de la cultura árabe; los mudéjares, árabes que, tras el avance de la Reconquista, permanecieron en las zonas halladas de nuevo bajo la dominación cristiana, y los moriscos, moros que, acabada la Reconquista, se vieron obligados a renunciar a su religión y a convertirse al cristianismo.
En conclusión, la España de los últimos siglos de la Reconquista fue un crisol en el que se fundieron las aportaciones de las más diversas culturas, produciendo creaciones armoniosas pero heterogéneas, como la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada, la mezquita Cristo de la Luz o la sinagoga Santa María la Blanca, ambas en Toledo.
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