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La novela pastoril y la decadencia de los libros de caballerías: el influjo de Amadís; La novela picaresca: el realismo del Lazarillo; El teatro primitivo; Los prelopistas de la escuela renacentista

Spaniola


La novela pastoril y la decadencia de los libros de caballerías: el influjo de Amadís; La novela picaresca: el realismo del Lazarillo; El teatro primitivo; Los prelopistas de la escuela renacentista

La novela pastoril. A la vez con la decadencia de los libros de caballerías y de la novela

sentimental, se desarrolla la así llamada novela pastoril, que surge en España bajo el influjo



italiano (de la Arcadia de Sannazaro) y portugués (de las Saudades o Menina y Moça de

Bernaldím de Ribeiro). Ese género novelesco es, en esencia, un fenómeno renacentista y tiene en

España razones bien fundadas: su nota bucólica es unas manifestación peculiar y completa que no

es fruto de la moda, sino de la intención artística deliberada de reproducir cierto tipo de belleza

antigua, que habían puesto de relieve y admirado los poetas grecolatinos.

El género pastoril se basa en la tradición medieval de la poesía de pastores y vaqueras de

los trovadores provenzales y de sus imitadores del norte de Francia que, no obstante, le habían

imprimido un carácter más realista. Entre los precursores españoles recordamos a Juan del Encina

en la poesía, Gil Vicente y Lucas Fernández en el teatro, e incluso una parte de la obra poética de

Garcilaso, ella misma precedida por formas 353e45d medievales (del Arcipreste de Hita) o

prerrenacentistas (del Marqués de Santillana).

Entre la multitud de obras escritas a ese estilo, destaca la Diana de Jorge de Montemayor

(¿1520?-1561), novela del amor entre la pastora Diana de las orillas del Elsa y el pasto Sileno,

amor que da con muchos tropezones y acaba mal para Sileno, pues Diana contrae matrimonio con

el pastor Delio.

Los elementos narrativos la novela son de carácter autobiográfico (Sileno es el autor, y

Diana una dama de Valencia a la que el poeta amaba) en torno a los cuales se desarrollan la

historia de Félix y Felixmena, inspirada en la 36ª historia de Bandello, y otros episodios sueltos,

lo mismo que numerosos poemas, entre ellos unos que son los mejores de Montemayor.

El éxito de la Diana se explica no sólo por los méritos literarios de la obra, sino también

por el contraste entre el sencillo ambiente del idilio pastoril y las complicaciones de los libros de

caballerías de las que el público ya estaba cansado, por el gusto cortesano de fingir la vida

humilde, llena de mansas aventuras eróticas, en un paisaje artificioso, en que la falta de la

sinceridad y de la naturaleza verdadera, rústica y áspera, se veía compensada por la crónica

galante, la ficción mágica y las divagaciones mitológicas.

La decadencia de los libros de caballerías: el influjo de Amadís. La influyente posteridad

de Amadís de Gaula y de Palmerín de Inglaterra (novelas existentes también en la biblioteca de

don Quijote) a lo largo de todo el s. XVI le aseguró al género un interés de tamaños populares.

También el ciclo bretón engendra un nutrido número de libros de caballerías, pero, a

partir de los mediados del s. XVI, el género empieza a decaer y a escasear, mientras que su

calidad es cada vez más baja; aparecen unas cuantas novelas de caballerías religiosas; en fin, la

última novela de caballerías es Plicisne de Beocia de Juan de Silva y Toledo (1602).

La novela picaresca: el realismo del Lazarillo. El XV es el primer "siglo de oro" de la

literatura española. Si los libros de caballerías y la novela pastoril, aunque arraigaron

maravillosamente en el suelo español, vienen de otras literaturas, y el sello de su origen se

verifica tanto en su desarrollo como en la expresión de su madurez, la picaresca es un género

plenamente español, con antecedentes tanto clásicos como sobre todo castellanos, que luego será

exportado también a otras literaturas.

El nuevo género novelesco arraiga en la tradición literaria española, en los moralistas y

satíricos del s. XV. Su fertilidad les determina a muchos críticos a considerar que la picaresca

española brota de la propia esencia del carácter nacional, siendo la expresión exacta de las

costumbres y de la vida social-política españoles. Pero la tradición literaria española no es

picaresca. Y la picaresca española no expresa el carácter nacional, sino la desesperada época del

empobrecimiento y la evasión de las inquietudes de dicha miseria por vía bien de la aventura bien

del profundo rencor.

La época de formación del género incluye al Lazarillo de Tormes (1553) y al Guzmán de

Alfarache (1599-1604). De la época de consolidación y agotamiento son característicos La pícara

Justina, de López de Úbeda (1605); La vida del Buscón, de Quevedo (c. 1606); el Lazarillo de

Manzanares, de Cortés de Tolosa; la Segunda parte de Lazarillo de Tormes, de Luna (1620);

Alonso, mozo de muchos años, de Alcalá Yáñez (1624-1626); La niña de los embustes, de

Castillo Solórzano (1632); la Vida de don Gregorio Guadaña, de Enríquez Gómez (1644), y el

anónimo Estebanillo González (1646). Sobre unas de ellas volveremos más adelante.

La gran aportación que el Renacimiento hace a la prosa es precisamente el cultivo de la

prosa de ficción, de modo que es en esa época, con la publicación del Lazarillo, cuando aparece

en España la novela moderna, el género narrativo más importante, pues por primera vez se ofrece

un relato verosímil y de tono realista. Enfocando la întima realidad nacional, es un filón fecundo

de la narrativa española. El pícaro, que narra en primera persona, pone el dedo en la llaga y se

venga de su propia vida, narrándola. Y no se puede ignorar que su actitud, su existencia literaria y

su lenguaje son una reacción viva y enérgica ante el género bucólico y de caballerías, y salva la

novela española de su ineludible decadencia.

En 1554 sale a la luz (tres ediciones en el primer año en Burgos, Alcalá y Amberes) una

novela radicalmente distinta de cuantas hasta entonces se habían escrito: Vida de Lazarillo de

Tormes y de sus fortunas y adversidades.

De autor anónimo, pues ninguna de las ediciones menciona su nombre (a comienzos del

s. XVII le sería atribuída sin éxito a Diego Hurtado de Mendoza), esa novela presenta la novedad

de tener como protagonista a un personaje de baja extracción social, un pícaro. Con ella nace la

novela picaresca, género característico de la literatura castellana, que había de tener amplio

desarrollo en el s. XVII.

El Lazarillo: la trayectoria de un pícaro. La novela narra en forma autobiográfica la vida

de Lázaro, un muchacho pobre, nacido a orillas del Tormes, que se ve obligado a servir a distintos

amos para sobrevivir: un ciego, un clérigo, un escudero, un monje mercedario, un vendedor de

indulgencias, un capellán, etc.

La obra (fresca, agradable, hábil, satírica) se presenta como una carta dirigida a un

Vuestra Merced, en la que el propio Lázaro cuenta los sucesos más destacados de su vida, para

explicar su situación en el momento en que escribe. Ésa, identificada como el caso , es su

posición desahogada como pregonero en Toledo a costa de permitir las relaciones de su mujer

con el arcipreste, quien le mantiene en el cargo de pregonero:

Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme

no tomalle por medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también

porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con

ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndolos contraria, con fuerza y maña remando

salieron a buen puerto.

La obra comienza con un prólogo seguido de siete capítulos, llamados tratados,

independientes entre sí, pero cohesionados por la presencia del propio protagonista, que narra su

autobiografía. Así asistimos a la evolución psicológica del personaje; el frustrado proceso

educativo del niño marca el carácter del hombre maduro. El relato es una denuncia social, una

sátira de tipos y costumbres, cargada de humor y de ironía, de lo cual se desprende un profundo

desengaño.

Características del Lazarillo: rasgos de la novela picaresca. Por lo general, las novelas

picarescas tienen dos rasgos comunes: la ínfima condición social del protagonista y el recurso a la

estructura autobiográfica; por el contrario, la visión del mundo, la técnica narrativa y el estilo

varían en grado sumo en las diversas obras. En el Lazarillo aparecen por primera vez esos rasgos

característicos de la novela picaresca, en cuanto al protagonista, la técnica narrativa y la

estructura se refiere:

1. La técnica narrativa autobiográfica, de primera persona, permite recoger la realidad desde

el punto de vista personal. El carácter autobiográfico de la narración picaresca y la sucesión de

los episodios, aventuras y hazañas configuran una estructura novelesca abierta, sin plan prefijado,

a veces de composición fragmentaria.

2. A cada prueba de su vida, al pícaro, que es el protagonista, le corresponde el relato de un

sucedido independiente, lo cual transforma la novela en un roman à tiroirs: en ella no importa el

orden, ni el número de los episodios. Es característico, además, que el pícaro evolucione a lo

largo de la novela, incorporando las experiencias positivas o negativas por las que pasa.

3. El pícaro aspira a ascender en la escala social, aunque nunca lo consigue realmente.

4. Se narran sucesos verosímiles en contraste con las novelas de caballerías coetáneas. Todos

acaecen en España, en sus ciudades, llanos y aldeas. Con el tiempo, la geografía de la picaresca se

amplía. Si Lazarillo se mueve sólo en Salamanca y Toledo, el Buscón viaja a Madrid, Alcalá,

Segovia, Toledo y Sevilla; Guzmán a Italia, Marcos Obregón a Argel, Estebanillo González a

Francia, Flandes, Italia, Alemania y Polonia. Aunque el elemento narrativo prevalece sobre el

paisaje.

5. La estructura de la obra viene dada por la trayectoria vital del pícaro, que le lleva a la

posición final desde la que escribe. Y todos los episodios están organizados en función del final.

6. Por el modo en que enfoca la realidad y por su expresión, la novela picresca crea sus

precursores: los Arciprestes de Hita y de Talavera, La Celestina y el cuento catalán El Spill de

Jaume Roig.

El éxito del Lazarillo es inmediato desde su aparición; a pesar de ello, desconocemos, no

obstante, algunos datos importantes, como la fecha exacta de su redacción y, sobre todo, el

nombre de au autor.

El estilo del Lazarillo: el realismo. Por oposición a las novelas de la época, de corte

idealista, el Lazarillo, primera gran novela picaresca, presenta una visión realista del mundo: sus

personajes son de carne y hueso y a muchos de ellos los mueven no altos ideales, sino intereses

mezquinos. El realismo se manifiesta también en el hecho de enmarcar la acción en lugares

concretos y bien conocidos por todos (muy pocos: Salamanca, Escalona, Toledo, etc.). Para

reflejar esa visión fiel del mundo, el lenguaje es sencillo y llano, vivo y espontáneo, reflejo del

habla familiar de la época, próximo al usado por la gente del pueblo. Los personajes se expresan

de acuerdo con su condición social, lo que aumenta el tono realista del relato.

El teatro primitivo. Durante el Primer Renacimiento, el teatro, que había alcanzado una

expresión superior a la poesía dramática con la obra de Juan del Encina y de sus continuadores,

empieza a dessarrollarse tanto, que llega a consagrar, con su grandeza y fecundidad, el más

glorioso período literario de España, y amplía su esfera, augurando su futuro auge.

En la primera mitad del s. XVI adquiere relieve una nueva forma dramática: la tragedia o

la comedia de inspiración clásica y de estilo renacentista.

Los prelopistas de la Escuela renacentista. Hay sobradas razones para otorgarle al

portugués Gil Vicente (¿1468?-1536) un lugar destacado en la historia del teatro español. Gracias

a sus obras, la comedia española alcanza no sólo el notable y necesario desarrollo (de tamaños y

temas), sino también una osadía y agudez crítica raras veces igualadas. Prueba de ello es el hecho

de que, cuando la Inquisición llega a Portugal, Gil Vicente deja de escribir.

Lo más viable del teatro vicentino son las farsas, de inspiración popular, verdadera

galería multiforme y multicolor de personajes de la realidad social, hábilmente observados y

trazados con inagotable fuerza cómica, que más tarde volveremos a encontrar en Lope, Calderón,

La Fontaine, etc. El lenguaje de las farsas tienen la naturalidad y la expresividad del habla

popular, pues Gil Vicente es un precursor del género realista y satírico del entremés, que

ilustrarán briosamente Lope de Rueda y Cervantes.

Cabe mencionar el genérico tipo del bobo, necio y socarrón, que anuncia a los graciosos

del teatro barroco. La obra dramática de Valdés influye sobre todo en Lope de Vega y Calderón

de la Barca.

Es también un gran poeta lírico, muy tierno y profundo, sobre todo si pensamos en las

canciones que salpican sus obras teatrales, p.e, Triunfos del invierno y del verano, donde,

inspirándose sobre todo en lo popular, reelabora la tradición culta pastoril.

Bartolomé de Torres Naharro (Extremadura, ¿1475-1531?) es no hombre de dotes

literarias, realista, sobrio, escueto, más inclinado al sarcasmo que a la jocosidad, y se precia más

bien de observador que de poeta.

No es sólo uno de los más importantes dramaturgos del renacimiento español, sino

también el primer teórico de la dramaturgia castellana, pues presenta sus opiniones en el prólogo

de la Propalladia, recopilación de sus obras poéticas y teatrales: "la comedia - dice - no es otra

cosa sino un ingenioso artificio de notables y finalmente alegres acontecimientos". Aboga

también a favor de cierta regularidad y unidad formal de la obra teatral: la concentración de la

acción en un solo lugar y un solo día. Según él, en una comedia bien ordenada, el número de los

personajes puede variar de 6 a 12: "es mi voto que no deben ser tan pocos que parezca la fiesta

sorda, ni tantos que engendren confusión". Clasifica las obras en comedias a noticia, que define

como "de cosa nota y vista en realidad de verdad", y comedias a fantasía, "de cosa fantástica que

tenga color de verdad aunque no lo sea". Las cinco jornadas exigidas por Horacio le parecen muy

necesarias.

Escribe ocho comedias, entre a noticia y a fantasía. En ellas profundiza el estudio de los

caracteres, complica la intriga y se preocupa por la técnica literaria.

La más lograda comedia de Torres Naharro, Himenea, anticipa en cierto sentido la

comedia de capa y espada, cuya fórmula definitiva fijará Lope de Vega, pero cuyos elementos

son ya visibles: el hermano de la protagonista es abanderado del famoso pundonor, los criados

ayudan a sus amos en sus amores y les abandonan al tratarse de duelos. A pesar de su ingenuidad,

Himenea marca el paso de la inverosimilitud de las églogas al realismo español de la época.

Fernán Pérez de Oliva (Córdoba, 1494-id. 1533), uno de los más importantes humanistas

de su época, estudia en Salamanca, Alcalá y París y se forma en humanidades en Roma.

Catedrático y luego, muy joven, rector de la Universidad de Salamanca, traduce a los clásicos

griegos e, inspirándose en Sófocles, Eurípides y Plauto, a los que les imita a veces hasta

traducirles, escribe en una excelente prosa castellana, Venganza de Agamenón, una imitación de

Electra, la tragedia Hécuba triste, y la Comedia de Anphytrión.

Segunda parte:

Época de Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II


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