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Quevedo y su obra; La moral y la sátira; Los sueños y El Buscón; El conceptismo en la lírica

Spaniola


Quevedo y su obra; La moral y la sátira; Los sueños y El Buscón; El conceptismo en la lírica

Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645) es hijo

de un escribano real y de una camarera de la reina. Hace los primeros estudios con los jesuitas, y



cursa Artes, Matemáticas y Metafísica en Alcalá de Henares, lo mismo que Teología en

Valladolid y la misma Alcalá. Parece inclinarse por las Humanidades, los estudios bíblicos y la

Filosofía. Con el traslado de la Corte, vuelve a Madrid en 1606. Sin embargo, en 1613 comienza

su carrera como político; ello le ocasiona a lo largo de su vida dos encarcelamientos y bastantes

sinsabores. Prepara desde Italia, con sobornos y dádivas ("untando los carros") el nombramiento

de Pedro Téllez Girón, duque de Osuna como virrey de Nápoles, y permanece fielmente a su

servicio como secretario, hasta su caída en 1621, lo cual provoca el encarcelamiento de ambos.

Pese a su juventud, es ya escritor conocido a los veinte años, pues en 1603 el poeta Pedro

Espinosa hace una antología de los mejores poetas de su tiempo, que publica dos años después

con el título Flores de poetas ilustres, y el joven Quevedo figura en ella con 18 composiciones,

codeándose con los ya por entonces famosísimos Góngora y Lope de Vega.

Con la llegada al poder del Conde-duque de Olivares, Quevedo pone su pluma al servicio

de las ideas reformistas que el privado pretende introducir, procurando obtener sus favores y los

del Rey Felipe IV. Pronto comienzan las sátiras y en 1639 es detenido, a altas horas de la noche y

con sumo secreto, en casa del duque de Medinacelli, y llevado preso al convento-prisión de San

Marcos de León. De la prisión de San Marcos sale en 1643, sin que se le forme ningún proceso,

ya muy enfermo, tras la caída de Olivares. Dos años más tarde, en 1645, muere en Villanueva de

los Infantes.

Una figura compleja. Quevedo es, ante todo, un escritor extraordinariamente dotado para

el dominio de la lengua, la agudeza, el concepto, la figura más representativa del conceptismo

español, estética en la que el talante barroco de una sociedad en crisis se plasma en la búsqueda

de los juegos de ingenio, la sátira, la ironía y la burla. Y es además un intelectual preocupado por

la moral y la política, que mantiene una actitud crítica frente a la sociedad de su tiempo.

Conservador en muchos aspectos y a la vez muy moderno, siempre se siente descendiente

de los grandes humanistas del s. XVI. Es el primer traductor de Anacreonte al castellano; traduce

también a Epícteto y Focílides, recrea los Trenos de Jeremías y actualiza numerosos epigramas de

Marcial. Logra ver impresa su extensa obra poética, que corrige de forma incansable y que es

publicada por José González de Salas.

En la obra de Quevedo se ve bien la complejidad y enorme versatilidad de su figura. Por

una parte, satiriza los vicios de la sociedad de su tiempo, por otra, en cambio, fuma puros,

convive con una actriz de teatro y, al decir de sus detractores, bebe y juega. Y, habiéndose criado

entre tías y hermanas, se presenta como un feroz misógino, que escribe las más punzantes sátiras

contra las mujeres, lo cual no le impide componer una de las mejores colecciones de poemas

amorosos de que dispone la literatura en lengua castellana.

Una extensa obra literaria. Quevedo quiere ser de todo: filósofo, filólogo, teólogo,

político, predicador, etc. Y esencialmente es un extraordinario manipulador de la lengua, genial

escritor que, además, tiene el infrecuente mérito de utilizar esos dones verbales para intentar

expresar quién es y renovar la sociedad de su tiempo a través del humor.

La obra de Quevedo es muy dilatada y de gran diversidad, pues tanto en verso como en

prosa cultiva formas y géneros de los más diversos, propios de su época. El único género que

resulta ajeno a su estilo y a su mentalidad es la "novela", aunque cultiva la picaresca, que se

adecúa a su espíritu satírico.

Quevedo y el conceptismo. Esa corriente concede mayor importancia a la significación

de las palabras que a su forma; se basa en la asociación ingeniosa de ideas, que se procura

expresar con el menor número posible de términos. En consecuencia, los recursos más utilizados

son la concisión en la sintaxis, con frecuentes elipsis, sobre todo de verbos; la escasez de

adjetivación; la riqueza léxica basada en los sustantivos, gran parte de ellos polisémicos; la

creación de palabras nuevas a través de los mecanismos de composición y derivación; la

utilización de figuras retóricas basadas en el significado; la antítesis, la paradoja, el equívoco, la

ironía, la paranomasia, etc.; la abundancia de juegos de palabras; el uso de metáforas y

comparaciones, basadas más bien en el significado de sus términos que en la musicalidad o en la

estética.

La obra poética. Francisco de Quevedo, cuya faceta de novelista ya se conoce, es el mejor

representante de esa vertiente poética, con su poesía amorosa, y poesía satírica y burlesca.

Los versos de Quevedo se publican apenas póstumamente bajo el título Parnaso español,

monte en dos cumbres dividido con las nueve musas y Las tres musas últimas castellanas (1648),

aunque circulan desde fechas muy tempranas en manuscritos y algunas, como los romances y las

letrillas, cantadas. El escaso interés por la publicación de versos es, desde luego, frecuente en la

época. Sus composiciones poéticas pueden dividirse en cuatro grupos:

1. poemas amorosos;

2. poemas metafísicos y filosóficos;

3. poemas político-satíricos;

4. y poemas moral-burlescos (mediante los cuales ironiza sobre los más diversos aspectos:

mitos clásicos, tradiciones literarias españolas, mujeres, amores, costumbres y profesiones de la

época, etc.).

En la obra de Quevedo, genuino representante de la ideología barroca, es constante la

visión pesimista, desengañada y escéptica del mundo. Sus sonetos, letrillas y romances satirizan

la sociedad y las costumbres de la España de su tiempo.

Los poemas amorosos incorporan precisamente esa visión pesimista del mundo. Quevedo

compone numerosos poemas de amor, entre los que se incluye, bajo el título Canta sola a Lisi y, a

la manera de Petrarca, un ciclo de sonetos dedicados a una dama desconocida.

Por otra parte, Quevedo intenta renovar la lírica amorosa renacentista por

distintas vías, pero en todo caso, es el tratamiento hiperbólico de los motivos amorosos

renacentistas y sus especiales metáforas lo más peculiar de su lírica.

En los poemas metafísico-filsóficos, Quevedo muestra la vida únicamente como camino

de la muerte, inspirándose en los estoicos, en concreto en Séneca, y en el libro de Job. Los

poemas de esa categoría pertenecen a la poesía frecuente en la época, en la que se medita sobre la

existencia humana. La brevedad de la vida, la fugacidad del tiempo, la aceptación de la muerte

son sus temas más habituales. Y el soneto es la forma más común. Estilísticamente, se busca la

sorpresa mediante comparaciones y metáforas. Véase el ejemplo de ese soneto, que se abre con la

llamada a los de la casa para que se abran, aunque con el sorprendente cambio de casa por vida, y

que casi se cierra con la voz pañales.

En ese otro ejemplo, en que se expone la aceptación tranquila de la muerte, se puede

observar la diferencia de tono entre el primer cuarteto, en el que se presenta la muerte como algo

aterrador.

Ponemos en lo que sigue también el ejemplo de ese soneto dedicado al editor don José

González de Salas, en el que se manifiesta el anhelo de la vida retirada del sabio dedicado a la

lectura, con una alabanza de la imprenta y una meditación sobre la fugacidad del tiempo.

En los poemas político-satíricos, Quevedo expresa sobre todo su dolor por la decadencia

de España. En ese extenso grupo, en su mayoría sonetos, el poeta reflexiona sobre las virtudes,

los vicios, la riqueza, los cambios de fortuna, el poder, etc. Especial interés reviste la Epístola

censoria, en tercetos, dedicada al Conde-duque en los inicios de su gobierno.

En ella expone Quevedo los ideales de la regeneración de España a través de la reforma

moral contra los usos y costumbres - las fiestas, las corridas de toros, etc. - de una sociedad que

ha perdido sus antiguos valores. Es, de hecho, una breve síntesis de los ideales reformistas que

afloran en toda su obra.

Poemas moral-burlescos. Quevedo sintió un especial gusto por la sátira, pues en ella

podía desplegar con mayor libertad todos sus experimentos verbales y, a la vez, poner de

manifiesto por medio de la risa los defectos de la sociedad. Cualquier ser, oficio, actitud o

situación puede ser objeto de su sátira, habitualmente compuesta de sonetos, letrillas y romances.

Los temas de sus poemas satíricos son muy variados: las modas, los viejos, los calvos, los

maridos engañados, la tradición clásica, los herejes, los viciosos y, desde luego, cualquier persona

concreta como, p.e., su enemigo literario Luis de Góngora. Aquí vienen algunos botones de

muestra de su amplísima produccián satírica, donde Quevedo luce todo su talento y sobre todo

todo su humor.

La prosa de Quevedo es muy abundante y variada. Escribió además algunas tradiciones y

numerosas cartas, que son hoy de gran utilidad para conocer ciertos aspectos íntimos de su vida,

y una novela picaresca.

Obras festivas. A ese género pertenecen algunas de sus primeras composiciones, en las

que intenta Quevedo remedar burlescamente informes, pragmáticas, ordenanzas, memoriales y

otros escritos similares. Tuvieron amplísima difusión manuscrita. Las más conocidas son

Capitalaciones de la vida de la Corte, Cartas del Caballero de la Tenaza, Premática y aranceles

generales y Premática de los poetas hueros. De ésa última ponemos ese breve ejemplo:

"Item. Por estorbar los insolentes hurtos que hacen, mandamos que no se puedan pasar

coplas de Aragón a Castilla, ni de Italia a España, so pena de callar un mes el poeta que tal

hiciere, y si reincidiera, de andar un día limpio".

Las sátiras morales y alegóricas son, sin duda, las piezas narrativas más interesantes que

escribió Quevedo. A ese género pertenecen los Sueños y La fortuna con seso y la hora de todos.

Publicada en 1627, la obra titulada Sueños y discursos, su más notable obra en prosa, está

integrada de cinco piezas breves escritas en diferentes fechas: El sueño del Juicio Final, El

alguacil endemoniado, El sueño del Infierno, El mundo por dentro y El sueño de la Muerte. En

ellas el autor sueña que se encuentra en el Infierno o en el día del Juicio Final con la Muerte o con

un anciano, o bien que oye a un demonio que está metido en un alguacil. El artificio narrativo

permite presentar un divertido desfile de personajes, "figuras" de todas las épocas y profesiones,

y descubrir cómo es realmente el mundo por dentro. Tras el velo de la risa, se encuentra la visión

ética y filosófica de Quevedo. Como ocurre con este fragmento del Sueño del Juicio Final, en el

que se inspiró mucho más tarde un cuentecillo sabrosísimo de Guy de Mapupassant:

"Llegó tras ellos un avariento a la puerta, y fue preguntado qué quería, diciéndole que los

Diez Mandamientos guardaban aquella puerta de quien no los había guardado; y él dijo que en

cosa de guardar era imposible que hubiese pecado. Leyó el primero: Amar a Dios sobre todas las

cosas; y dijo que él sólo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas. No jurar su santo

nombre en vano; dijo que él, aun jurando falsamente, siempre había sido por muy grande interés;

y que así no había sido en vano. Guardar las fiestas; éstas, y aun los días de trabajo, guardaba y

escondía. Honrar padre y madre: "Siempre les quité el sombrero". No matar; por guardar esto no

comía, por ser matar al hambre con comer. No fornicar: "En cosas que cuestan dinero, ya está

dicho". No levantar testimonio:

- Aquí - dijo un diablo - es el negocio, avariento; que, si confiesas haberle levantado, te

condenas, y si no, delante del Juez te le levantarás a ti mismo.

Enfadóse el avariento, y dijo:

- Si no he de entrar, no gastemos tiempo".

En La hora de todos, la Fortuna, enviada por Júpiter, hace que, a cierta hora, todo y todos

se manifiesten como verdaderamente son. Se trata de una estupenda sátira de la sociedad y la

política, con un feroz ataque contra el Conde-duque y sus colaboradores.

Las obras políticas son el grupo más extenso. Entre ellas, las más importantes son Política

de Dios y Marco Bruto.

En Política de Dios se propugna una política cristiana que siga la Biblia (a la que

Quevedo interpreta como quiere) frente a los seguidores de Maquiavelo.

En Marco Bruto, una de sus últimas obras, se glosa el texto de Plutarco que trata de la

muerte de César y de la conspiración de Marco Bruto. Su interés, aparte del político (una

reflexión sobre la tiranía), radica en que la obra está escrita en estilo ático: decir mucho con pocas

palabras. Quevedo siempre lo había utilizado, pero aquí lo lleva al límite, como en este ejemplo:

"Gastaré pocas palabras, y haré gastar poco tiempo. Este ahorro de tan preciosa porción

de la vida me negociará perdón, si no me encaminare alabanza. Este libro tenía escrito ocho años

antes de mi prisión; quedó con los demás papeles míos embargados, y fueme restituido en mi

libertad. Nada de lo que es mío tiene algún precio; en todo mi propia ignorancia me sirve de

penitencia".

El Buscón. El s. XVII es el segundo Siglo de Oro de la literatura española y, sin lugar a

dudas, la obra más importante de la narrativa de la época es La vida del Buscón llamado don

Pablos, novela picaresca qu escribe Quevedo hacia 1605. Esa novela picaresca circuló manuscrita

y se publicó en Zaragoza en 1626.

En ella hace su relato curricular el pícaro Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una bruja

celestina. En Segovia, Pablos entra al servicio de un joven estudiante, amigo suyo de la niñez,

don Diego Coronel, con quien se hospeda en casa del Dómine Cabra, clérigo avaro que casi lo

mata de "hambre imperial".

Más tarde se traslada a la Universidad de Alcalá, donde los estudiantes realizan crueles,

sucias y terribles novatadas, que se relatan en la obra. Tras cobrar la herencia de su tío, el verdugo

de Segovia, que había ajusticiado al propio padre de Pablos, y saber que su madre fue emplumada

por bruja, decide cambiar de nombre y se encamina hacia la Corte de Madrid, para intentar ser

aceptado como caballero.

Vive una serie de aventuras con personajes de diversa categoría social, entre ellos

caballeros arruinados, clérigos poetas, comediantes y monjas, y decide viajar a América, para

cambiar de fortuna en las Indias; sin embargo, al final del relato, con una frase de origen clásico,

nos informa que no consigue mejorar su estado, delatando que ello no será posible, pues "fueme

peor, como v.m. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de

lugar y no de vida y costumbres".

Aunque comparte muchos rasgos con el Lazarillo, una serie de características diferencian

las dos obras: Pablos profundiza más en los ambientes marginales que Lázaro; el protagonista del

Buscón no tiene una evolución psicológica, a diferencia de Lázaro; la intención de Pablos no es,

como en el Lazarillo, hacer el relato de su biografía, para justificar su pésima situación final;

Quevedo no pretende hacer crítica social. No existe, como en el Lazarillo, la intención de crear un

personaje verosímil, con voz propia, que dé una visión del mundo desde sus experiencias.

El valor de la novela reside en el ingenio creativo de su autor y en la prodigiosa

utilización del lenguaje.Pues, aunque haya en la obra una intención social, es verdad que no

siempre coherente y clara, su valor reside esencialmente en la palabra. Pese a que, a veces, la voz

del personaje se deja oír, lo normal es que se identifiquen autor y narrador y sea la voz literaria de

Quevedo la que domine, como ocurre en este ejemplo:

"Entramos en casa de don Alonso y echámonos en dos camas con mucho tiento porque

no se nos desparramasen los huesos de puro roídos de la hambre. Trujeron exploradores que nos

buscasen los ojos por toda la cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y la hambre imperial

(que, al fin, me trataban como a confiado), en buen rato no me los hallaron.

Trujeron médicos, y mandaron que nos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como

a retablos, y bien lo éramos de duelos".

El estilo de Quevedo. Desde muy joven, Quevedo se enfrenta violentamente a Góngora.

Es, en parte, por una cuestión personal, motivada probablemente por el deseo de superación, pues

ambos parten de los mismos principios lingüísticos: conseguir, por medio de juegos de palabras,

conceptos nuevos. Pero detrás de ello está la propia ideología: Quevedo ve en el culteranismo un

ataque a la lengua transmitida, una hipocresía lingüística que, como las costumbres nuevas

(moda, cosméticos, pelucas, dentaduras postizas, lujos, etc.), oculta la realidad. Y considera que

la poesía gongorina, como la sociedad de su tiempo, está corrompida.

Quevedo utiliza metáforas a la manera cultista ("relámpagos de risas carmesíes"), pero

prefiere, en general, otras fórmulas más económicas para provocar conceptos. Si en prosa tiende a

decir mucho con pocas palabras, en poesía es ése el recurso habitual. De ahí que prefiere recursos

como:

1. la metáfora, que tiende a la personificación o a la cosificación: "En los claustros del alma,

la herida yace callada".

2. los juegos de palabras, por paranomasias: "Una incrédula de años / de las que esconde el

fue en lugar de incrédula de la fe".

3. la polisemia: "largo sólo en el talle", donde largo tiene doble significado: "largo" y

"generoso".

La originalidad del estilo quevediano no radica en el uso en sí de tales recursos, sino en la

novedad de las relaciones conceptuales, en la agudeza verbal.

El conceptismo en la lírica. Además de todas las características del conceptismo, que

hemos destacado al analizar la obra de Quevedo, cabe resaltar también otras características del

mismo: la vertiente patriótico-moral, en la que surge la desilusión barroca del paso por la vida y

el triste destino de España; la vertiente satírica y jocosa, fustigando los peligros de la ciudad, las

costumbres femeninas, la ambición de poder, etc., que aparece en romances escritos en jerga de

germanía, voluntariamente grotescos, y en la jerga amorosa, continuando el modelo petrarquista,

con singular delicadeza y ternura.


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