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Transformación de las ciencias del hombre

Spaniola


Transformación de las ciencias del hombre

El balance de las ciencias es para Nietzsche un triste balance: los conceptos pasivos, reactivos, negativos predominan por doquier. Por doquier está presente el esfuerzo para interpretar los fenómenos a partir de las fuerzas reactivas. Lo hemos ya visto en el caso de la física y de la biología. Pero a medida que ahondamos en las ciencias del hombre, se asiste al desarrollo de la interpretación reactiva y negativa de los fenómenos: «la utilidad», «la adaptación», «la regulación», incluso «el olvido» hacen de conceptos explicativos[i]. Por todas partes, en las ciencias del hombre y también en las de la naturaleza, aparece la ignorancia de los orígenes y de la genealogía de las fuerzas. Diríase que el sabio ha tomado como modelo el triunfo de las fuerzas reactivas y qu 16416r178q iere encadenar a ello el pensamiento. Invoca su respeto por el hecho y su amor a la verdad. Pero el hecho es una interpretación: ¿qué tipo de interpretación? La verdad expresa una voluntad: ¿quién, quiere la verdad? Y, ¿qué quiere el que dice: Busco la verdad? Nunca hasta ahora la ciencia había llevado tan lejos en un cierto sentido la exploración de la naturaleza y del hombre, pero tampoco nunca había llevado tan lejos la sumisión al ideal y al orden establecidos. Los sabios, incluso los demócratas y socialistas, no carecen de piedad; únicamente han inventado una teología que ya no depende del corazón[ii]. «Observad en la evolución de un pueblo las épocas en las que el sabio pasa a ocupar el primer lugar, son épocas de fatiga, de crepúsculo, de ocaso»[iii].



El desconocimiento de la acción, de todo lo que es activo, irrumpe en las ciencias del hombre: por ejemplo, se juzga una acción por su utilidad. No nos apresuremos a decir que el utilitarismo sea una doctrina actualmente superada. En primer lugar, si así es, se lo debemos en parte a Nietzsche. Luego ocurre que una doctrina sólo se deja superar a condición de extender sus principios, de convertirlos en postulados más ocultos en las doctrinas que la superan. Nietzsche pregunta: ¿a qué remite el concepto de utilidad? Es decir, ¿a quién una acción es útil o perjudicial? ¿Quién, desde entonces, considera la acción desde el punto de vista de su utilidad o de su nocividad, desde el punto de vista de sus motivos y de sus consecuencias? El que actúa no; éste no «considera» la acción. Sino el tercero, paciente o espectador. Él es quien considera la acción que no emprende, precisamente porque no la emprende, como algo que se debe valorar desde el punto de vista de la ventaja que obtiene o que puede obtener: considera que posee un derecho natural sobre la acción, él, que no actúa, que merece recoger una ventaja o algún beneficio[iv]. Presentemos la fuente de «la utilidad»: es la fuente de todos los conceptos pasivos en general, el resentimiento, nada más que las exigencias del resentimiento. Utilidad nos sirve aquí de ejemplo. Pero lo que de todas maneras parece pertenecer a la ciencia, y también a la filosofía, es el afán de sustituir las relaciones reales de fuerza por una relación abstracta, supuesta capaz de expresarlas todas, como una «medida». A este respecto, el espíritu objetivo de Hegel no vale mucho más que la utilidad no menos «objetiva». Y, en esta relación abstracta, sea cual sea, se acaba siempre por sustituir las actividades reales (crear, hablar, amar, etc.) por el punto de vista de un tercero sobre estas actividades: se confunde la esencia de la actividad con el beneficio de un tercero, del que se pretende que debe sacar provecho o que tiene derecho de recoger los efectos (Dios, el espíritu objetivo, la humanidad, la cultura, o incluso el proletariado...)

Pongamos otro ejemplo, el de la lingüística: se suele juzgar el lenguaje desde el punto de vista del que escucha. Nietzsche piensa en otra filología, en una filología activa. El secreto de la palabra no está del lado del que escucha, como tampoco el secreto de la voluntad está del lado del que obedece o el secreto de la fuerza del lado del que reacciona. La filología activa de Nietzsche tiene tan sólo un principio. una palabra únicamente quiere decir algo en la medida en que quien la dice quiere algo al decirla. Y una regla tan sólo: tratar la palabra como una actividad real, situarse en el punto de vista del que habla. «Este derecho de señorío en virtud del cual se dan nombres va tan lejos que se puede considerar el origen del lenguaje como un acto de autoridad emanado de los que dominan. Dijeron. esto es tal y tal cosa, ligaron a un objeto y a un hecho tal vocablo, y de este modo, por decirlo así, se las apropiaron»[v]. La lingüística activa intenta descubrir al que habla y pone nombres. ¿Quién utiliza tal palabra, a quién la aplica en primer lugar, a sí mismo, a algún otro que escucha, a alguna otra cosa, y con qué intención? ¿Qué quiere al decir tal palabra? La transformación del sentido de una palabra significa que algún otro (otra fuerza u otra voluntad) se ha apoderado de ella, la aplica a otra cosa porque quiere algo distinto. Toda la concepción nietzscheana de la etimología y de la filología, a menudo mal entendida, depende de este principio y de esta regla. Nietzsche ofrecerá una brillante aplicación de la misma en La genealogía de la moral, donde se pregunta por la etimología de la palabra «bueno», sobre el sentido de esta palabra, sobre la transformación de dicho sentido: cómo la palabra «bueno» fue primero creada por los señores que se la aplicaban a sí mismos, después tomada por los esclavos que se la sacaban de la boca a los señores, de los que decían al contrario, «son malos»[vi].

¿Qué sería una ciencia verdaderamente activa imbuida de conceptos activos, como esta nueva filología? únicamente una ciencia activa es capaz de descubrir las fuerzas activas, pero también de reconocer las fuerzas reactivas por lo que son, es decir, como fuerzas. Únicamente una ciencia activa es capaz de interpretar las actividades reales, pero también las relaciones reales entre las fuerzas. Se presenta pues bajo tres aspectos. Una sintomatología, puesto que interpreta los fenómenos, tratándolos como síntomas, cuyo sentido habrá que buscar en las fuerzas que los producen. Una tipología, puesto que interpreta a las propias fuerzas desde el punto de vista de su cualidad, activo o reactivo. Una genealogía, puesto que valora el origen de las fuerzas desde el punto de vista de su nobleza o de su bajeza, puesto que halla su ascendiente en la voluntad de poder, y en la cualidad de esta voluntad. Las distintas ciencias, incluso las ciencias de la naturaleza, se unifican de acuerdo con esta concepción. Aun más, la filosofía y la ciencia están unidas[vii]. Cuando la ciencia deja de utilizar conceptos pasivos, deja de ser un positivismo, pero la filosofía deja de ser una utopía, un ensueño sobre la actividad que compensa dicho positivismo. El filósofo, en tanto que filósofo, es sintomatologista, tipologista, genealogista. Se reconoce aquí la trinidad nietzscheana, del «filósofo del futuro»: filósofo médico (es el médico quien interpreta los síntomas), filósofo artista (es el artista quien modela los tipos), filósofo legislador (es el legislador quien determina el rango, la genealogía)[viii].


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